Aquí se reúnen por primera vez los cuentos casi completos de uno de los narradores norteamericanos mayores de nuestra época. Tobias Wolff pertenece a la larga estirpe de John Cheever, Raymond Carver, Flannery O’ Connor, Carson Mac Cullers y tantos otros escritores de relatos secos y eficaces, con un sello inconfundible: puro sabor a los U.S.A. Al igual que su contemporáneo Cormac Mac Carthy, Wolff trata conflictos morales a partir de unas historias contadas en un estilo descarnado. Sin embargo, carece de la violencia del autor de No es país para viejos y es más elíptico, menos evidente. Sus personajes, solitarios y soñadores, muchos de ellos mentirosos compulsivos, suelen enfrentarse a circunstancias cotidianas que, de pronto, revelan un sentido extraordinario.
Los narradores de verdad tratan a sus lectores como personas inteligentes. Wolff actúa así. A veces un cuento suyo se inicia con un tono objetivo que hay que descifrar con ironía, porque un personaje se retrata con unas pocas palabras: “Mi madre leía de todo excepto libros. Anuncios de autobuses, la carta entera de los restaurantes, vallas publicitarias; si no tenía tapas le interesaba. Así que cuando encontró una carta en mi cajón que no iba dirigida a ella, la leyó. ¿Qué importa, si James no tiene nada que ocultar, fue lo que pensó”. Luego la acción discurre sin aparente rumbo fijo y termina precipitándose en un final elocuente pero nunca fácil ni rotundo. Es raro que la historia acabe trágicamente. La muerte o la desgracia son recursos demasiado obvios. Más bien todo acaba sin acabar, de una forma oblicua y sugerente, como esa escena en la que una discusión conyugal concluye con la habitación a oscuras: el marido espera a su mujer y siente de pronto que alguien, un extraño, se mueve cerca de él.
Alguna vez le preguntaron en España a Tobias Wolff cuánto se metía en la conciencia de sus personajes. “¿Conciencia? Eso son cosas de europeos”, respondió. La respuesta era un poco gallega, porque el escritor se salía por la tangente. Es verdad que él, como narrador, nunca se introduce en conciencias ajenas, pero eso es porque no le hace falta. Sus cuentos nos enseñan a ver lo que está dentro de las personas sin trampa ni cartón: sólo basta una mirada atenta.
Tobias Wolff: Aquí empieza nuestra historia, trad. Mariano Antolín Rato, Madrid, Alfaguara, 2009.
¿Sabes que leí hace poco "Vieja escuela" y no me terminó de (no sé cómo decirlo)? De momento Tobias va empatado, porque "Vida de este chico" sí que sí. Creo que este, que caerá, será el que desempate, y por lo que dices puede que todo acabe bien.
ResponderEliminar