lunes, 22 de noviembre de 2010

Mario Vargas Llosa: El sueño del celta

 La última novela de Vargas Llosa ha provocado unas expectativas espectaculares, como demuestran los cincuenta mil de ejemplares vendidos en la primera semana de difusión. Al paso que va, es probable que sea la de mayor impacto comercial dentro de la prolífica trayectoria del escritor peruano. Además, como un Nobel de literatura no se concede todos los días, muchos lectores hasta ahora reticentes o desinteresados se verán abocados a la compra de este libro que, una vez más, tiene el sello personal de su creador.
¿Cuál es, pues, ese timbre distintivo, ese “toque” Vargas Llosa? Para empezar, la sobreabundante documentación que avala la historia: viajes al Congo e Irlanda, multitud de libros, artículos e informes leídos, entrevistas y consultas a expertos sobre el tema que se ha de novelar. Después vienen algunas técnicas narrativas probadas en tantísimas novelas suyas: el dato escondido (revelado muy pronto esta vez, por cierto), las historias en paralelo, la sobriedad estilística, etc. Por último, algunos “demonios” obsesivos: la rígida autoridad paterna, la denuncia del autoritarismo, la truculencia sexual, la escritura como desahogo. Realismo externo y brillantez argumental con algunos toques de folletín: ésa es la fórmula que ha condimentado de manera muy consciente con una técnica heredada de múltiples maestros, tanto de la alta literatura como de la cultura popular: desde Flaubert o Faulkner hasta Corín Tellado o las series de radioteatro de su tierra. Las complejidades de la vida interior cuentan poco; la imaginación mítica o la literatura fantástica, menos. Lo que le interesa son los argumentos cargados de golpes de efecto, los enredos violentos y los descubrimientos, casi siempre trágicos y morbosos. No quiere decir esto que el peruano no sea capaz de crear personajes. Sus novelas mejores están pobladas de villanos inolvidables, como el siniestro Cayo Bermúdez de Conversación en la catedral, o el diabólico dictador Trujillo de La fiesta del chivo.
En apariencia, Vargas Llosa ha compuesto su último libro con los mismos materiales que lo han consagrado por todo el mundo. Todo apuntaría a una repetición de esos puntos fuertes como narrador que ya he señalado. Sin embargo, no sólo esta novela es –creo- menos brillante desde el punto de vista estilístico, sino que el resultado de ahora aburre, decepciona, no alcanza las metas que se propone. Sin duda, está lejos del nivel alcanzado en La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo o La fiesta del chivo y, en cambio, está más próxima a otras obras fallidas. Tratemos de explicar por qué a partir de una breve sinopsis de algunos elementos de la trama.
La acción sigue la vida de un personaje real, Roger Casement, héroe maldito de la independencia de Irlanda. Todo sucede entre 1903, fecha de la llegada al Congo del protagonista, y 1916, año en el que muere ahorcado por traidor a Inglaterra. En este período la novela da cuenta de los pasos del héroe, uno de los primeros europeos en denunciar la barbarie colonial en África. Sobrecogido por la violencia del régimen esclavista de las autoridades belgas, que disfrazaron su codicia bajo la bandera hipócrita del progreso, Casement emitió un informe terrible que agitó la conciencia moral de su tiempo. Poco después, fue enviado por el gobierno de Su Majestad para investigar las atrocidades en la selva amazónica peruana cometidas por empleados de una sociedad cauchera británica. Un nuevo informe suyo sirvió para castigar a los responsables y lo proyectó socialmente, ya que obtuvo el título de Sir. Sin embargo, Casement, espíritu inquieto e idealista, se adhirió al movimiento independentista irlandés y, durante la Primera Guerra Mundial, fue acusado de traidor por conspirar junto a Alemania. La novela se abre justamente en los días anteriores a su ejecución. Así pues, la obra consta de tres partes bien diferenciadas según los espacios por donde transita el protagonista: África, Perú e Irlanda. Acaso la más viva e interesante de todas sea la peruana que, no por casualidad, es la que el autor conoce más de cerca.
Estos son los hechos históricos y los escenarios de los que Vargas Llosa se aparta muy poco. Y ésta justamente es la primera objeción grave que se le puede hacer a El sueño del celta. Al fijarse en su figura principal, casi como de una biografía novelada se tratase, todos los acontecimientos tienen a Roger como protagonista, mientras que el resto –absolutamente todos los personajes- actúa de comparsa. La consecuencia es que muchos capítulos son infinitas secuencias de entrevistas con tal o cual comisionado, o con este peón que vio una atrocidad, ese misionero abnegado o aquel militar destacado en la selva. Con abrumadora monotonía se repiten las referencias de viajes a lugares distintos y los previsibles gestos de asombro ante las atrocidades por parte de Casement, el cinismo de los implicados o la insistencia en el Mal intrínseco del corazón del ser humano. La acción no avanza realmente, ni se bifurca por caminos atractivos y sorprendentes, sino que no hace más que tocar las mismas teclas durante páginas y páginas siempre siguiendo un guión de denuncia histórica no exento de didactismo cultural. Por la misma razón, de vez en cuando, el texto cae en la tentación de explicar al lector quién fue Joseph Conrad (“Era un marino. Apenas se entendía su inglés, por su acento polaco tan fuerte (…) pero escribe de manera celestial, nos guste o no”) o por qué se produjo la expulsión de los jesuitas, con razones, por cierto, inexactas. Otros leit motive fatigosos son las expresiones de que “la salud del protagonista iba de mal en peor”, los recuerdos de la madre muerta tempranamente o las referencias al “diario negro” de Casement en donde, al parecer, contó sus experiencias de pederasta y homosexual.
Este último dato, que brinda tres o cuatro escenas de crudo naturalismo al lector, es casi el único en donde se entra en la intimidad del personaje. “Las mejores novelas son siempre las que agotan su materia, las que no dan una luz sobre la realidad, sino muchas”, ha afirmado alguna vez Vargas Llosa. Por eso, para proponer un lado de sombra en medio de un relato que, de otra forma, parecería el de una santidad laica, se ha subrayado la inclinación a la pederastia por parte de su personaje. Para Vargas Llosa la mayoría de las aventuras sexuales de Casement fueron inventadas por él, pero esto no hace sino aumentar la complejidad de un carácter que la novela –me parece-, no acaba de agotar ni mucho menos.  La explicación de su tendencia homosexual por una especie de complejo de Edipo resulta, como mínimo, simplificadora. Por lo mismo, es un tanto extraña la ausencia de remordimientos en un personaje tan imbuido de la moral de su tiempo.
Tampoco está claro el giro nacionalista de Casement, provocado en su madurez al conocer las atrocidades del Congo y Perú. Sin embargo, por muchos atropellos que cometieran los ingleses en Irlanda, es difícil pensar que Casement se convenciera de que las situaciones eran idénticas.
Acabo de señalar que la pederastia es “casi” el único dato íntimo de este aventurero volcado al exterior a lo largo de su vida. El otro punto de referencia es su inquietud religiosa, que se refleja en su vuelta a la religión católica en los momentos próximos a su muerte. Vargas Llosa no sólo se ha documentado sobre historia colonial, sino que ha tenido en cuenta algunos clásicos de la literatura espiritual como la Imitación de Cristo, texto que lee y relee Casement en la cárcel. En llamativo contraste con algunos libros canónicos del autor peruano, aquí aparecen numerosos eclesiásticos católicos –misioneros y confesores. Todos ellos reciben un tratamiento muy positivo; casi diríamos que constituyen la excepción moral al ambiente depravado que Roger encuentra en África y la selva peruana. Es posible que, de esta forma, se trate de explicar una de las causas de la conversión final (o el retorno a la fe, más bien) del protagonista. Por cierto, las páginas dedicadas a las últimas horas del condenado son intensas y dramáticas, acaso lo mejor del libro. Se entienden la seriedad del momento, los diálogos con los sacerdotes y con el verdugo, la atención a los pequeños detalles que tanto se echan en falta en otros momentos para dar más vida a la acción. Vargas Llosa aquí demuestra sus dotes de narrador clásico. Quien tuvo, retuvo. 

Mario Vargas Llosa: El sueño del celta, Barcelona, Alfaguara, 2010, 451 págs.
Publicado en Aceprensa.

3 comentarios:

  1. Con Vargas Llosa me pasa como con muchos otros, no me interesa casi nunca lo que me tiene que contar. Y, sinceramente, hace ya tiempo que dejé de leer libros si no me dicen nada, si no me hacen pensar, si no me hacen reir. La literatura como ejercicio onanista me fatiga enormemente. No lo leeré.

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  2. Mi favorita de Vargas Llosa es La Fiesta del Chivo. Siempre lo fue. Creo que en parte porque la leí entera en un avión (por cierto, ¿se sigue acentuando avión?).
    Un abrazo,

    PD: Javier: no pienso seguir dos blogs de una misma persona.

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  3. Vargas Llosa es uno de mis autores favoritos, siempre me interesa lo que tiene que decir y, hasta ahora, nunca me ha defraudado, podré estar más o menos de acuerdo con él en ciertas cosas, pero siempre me parecen dignos de leer sus artículos y novelas. La historia que nos cuenta en "El sueño del celta" me ha parecido apasionante. Pasar de héroe a villano, con todo lo que eso conlleva y, además, presentarnos sus claros y sombras me ha interesado. De acuerdo que no será su mejor novela, pero es una novela muy interesante. Un saludo.

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