viernes, 9 de diciembre de 2011

Muriel Spark: El asiento del conductor


Lise, una mujer todavía joven y atractiva, viaja a Italia con un oscuro propósito que se va revelando al lector al poco tiempo de iniciar la lectura: La protagonista busca con toda seriedad un hombre que la asesine muy lejos de su patria. Con un estilo seco y un humor negro que entra de lleno en el cinismo, Muriel Spark va detallando la peripecia de una mujer a la deriva de sí misma.
Hace bastantes años el título original de la novela (A Driver’s Seat) se tradujo de forma quizá chistosa para la época (Mujer al volante), pero muy poco adecuada para la actual. Lo cierto es que una posible interpretación de la historia tendría que ver con la violencia de género, drama que, por cierto, sufrió la misma Muriel Spark en su vida. Sin embargo, el problema, en la novela es bastante complejo, pues es la mujer quien persigue su propia destrucción.
Qué lleva a Lise a tomar una decisión tan terrible es quizá la pregunta decisiva de toda la novela. Spark, fiel a sí misma, no da demasiadas explicaciones. Desde un punto de vista puramente formal, lo interesante es el punto de vista, siempre exterior al personaje, de forma que nunca sabemos con completa certeza por qué actúa de una forma tan extravagante. Pero algunas pistas van apareciendo aquí y allá. Una cadena de desdichas afectivas y la falta de asideros morales son algunas de las respuestas que sugiere el relato. Más que la historia de una búsqueda macabra, esta novela gira en torno a una huida desesperada. Es la fuga de una mujer desquiciada por una sociedad fría, materialista y egoísta, que, desde la óptica de la autora, se identifica con la moderna Gran Bretaña. Alguna vez se ha dicho que la obra literaria de Muriel Spark se acerca, por su desgarro, a la de una Patricia Highsmith o una Iris Murdoch. Sin negar el parentesco, no es menos cierto que la fe católica de la escritora escocesa proporciona también otra dimensión a su peculiar sentido de la sátira. El Evelyn Waugh de Un puñado de polvo, con su repertorio de individuos grotescos y desorientados, es tal vez uno de sus referentes más claros. Sin una perspectiva trascendente, los personajes de una sociedad neopagana acaban desquiciados. No es otra cosa lo que le sucede al protagonista de El asiento del conductor, que termina por desear su inmolación en un país ajeno donde ella se sienta alguien, aunque sólo cumpla el papel de víctima.

(Muriel Spark: El asiento del conductor, Zaragoza, Contraseña. 2011, 136 págs.)

martes, 20 de septiembre de 2011

Juan Gabriel Vásquez: El ruido de las cosas al caer


Premiada con el Alfaguara de este año, la última novela de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) se localiza en la Colombia de los años setenta, cuando el narcotráfico empieza a desplegar toda su ominosa presencia en el país. Un joven profesor de Derecho, Antonio Yammara, se hace amigo de un hombre de mediana edad atormentado por una oscura historia, Ricardo Laverde. Por un trágico azar, el protagonista está junto a Laverde cuando este es asesinado en medio de la calle. Yammara, que ha resultado herido de gravedad, queda profundamente conmocionado por la experiencia y su vida, hasta entonces burguesa y tranquila, se transforma. A partir de ese momento, su matrimonio empieza a entrar en una lenta deriva mientras él trata de comprender el pasado de su amigo desaparecido.
Como todas las tragedias, el final se conoce de antemano y el destino de Laverde (al igual que el del resto de los personajes) está escrito y es conocido, o intuido, por los lectores casi desde el comienzo. Con el borroso recuerdo de la Crónica de una muerte anunciada de García Márquez, la novela se construye a partir de una investigación obsesiva en donde los muchos detalles que van brotando aportan sólo una verdad muy relativa a los hechos. Algún que otro episodio secundario, de hecho, no añade gran cosa al conocimiento que busca Yammara, pero vale por sí mismos, casi como un cuento independiente.
Lo mejor del libro es, sin duda, la calidad del estilo con que está elaborado. Vásquez domina una prosa tersa, elegante. El autor exhibe todo su talento en las distintas atmósferas donde se desarrolla el relato. Son muy bellas sus evocaciones del hermoso barrio de la Candelaria, en Bogotá, o de la hacienda Villa Elena, en los idílicos paisajes del interior. Se intuye una sólida formación literaria detrás de algunas alusiones o del sofisticado andamiaje narrativo, pero nunca se cae en el amaneramiento o el pintoresquismo. Además, la trama se va siguiendo con interés y facilidad gracias a una dosificación inteligente de los elementos principales del argumento.
Por desgracia, a mi modo de ver, estas expectativas se ven algo defraudadas en el tramo final de la novela. Ciertamente su halo trágico justificaría que la conclusión no depare demasiadas sorpresas, pero el lenguaje es innecesariamente desgarrador y las acciones repetidas sugieren un efecto morboso algo pesado. Tampoco parece convincente el afanoso anhelo del protagonista por esclarecer la vida de su antiguo amigo, hasta el punto de enredarse en una aventura autodestructiva en la que no falta un escarceo erótico sin trascendencia. No está claro si el lector podrá identificarse con la obsesión que mueve toda la novela. Por eso, de las dos historias que confluyen en la novela, la del atormentado ex piloto de aviación y la del abogado prometedor, la primera acaba por superar en verdad y en interés a la segunda. 


Juan Gabriel Vásquez: El ruido de las cosas al caer, Madrid, Alfaguara, 2011, 259 págs.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Penelope Fitzgerald: La librería

Le eché el ojo a esta novela por dos motivos: 
- uno, por la portada, que me pareció atractiva; 
-dos, por la autora, que fue amiga de mi admirada Muriel Spark.
Después de terminarla (es breve), me he convencido de dos cosas más, a saber:
-la razón número 1 no sirve, igual que no te puedes fiar de una chica sólo porque sea guapa, 
-y la razón número 2 es inútil, porque los amigos de tus amigos no tienen por qué ser tus amigos.
El problema, creo, no está en que la novela no sea inteligente (que lo es) ni en que esté mal escrita (que no lo está ni mucho menos) . Como muestra de sus méritos, este botón: Un día, la protagonista, una inofensiva viuda de mediana edad, lleva su caballo enfermo al veterinario y este le dice que, para curar al animal necesita afilarle los dientes. Y pide ayuda a la mujer de la siguiente manera:

-Ahora, señora Green, si pudiera usted sujetarle la lengua. No se lo pediría a cualquiera, pero sé que usted no se asusta.
-¿Cómo lo sabe? -preguntó ella.
-Dicen por ahí que está usted a punto de abrir una librería. Eso significa que no le importa enfrentarse a cosas inverosímiles.

En efecto, no le falta ironía de la buena. Entonces, ¿dónde falla? Para empezar, el argumento es sencillo, tal vez hasta demasiado plano. La protagonista decide poner una librería en un pueblecito inglés perdido allá donde Churchill perdió el puro. Enseguida todos los habitantes la miran con incredulidad y se desatan las habladurías. El resto de la historia es tan leve que no lo vamos a destripar. Además, los personajes me resultan poco consistentes. O tal vez es que el entorno me resulta poco cercano. Es el problema de las novelas que basan su atractivo en el ambiente que evocan, sobre todo si pertenecen a un mundo que desaparece como es el rural. Hace unos cuantos años intenté, con nulo éxito, explicar El camino de Delibes a unos estudiantes norteamericanos. No entendían nada y las relaciones humanas, extrañísimas para ellos, les interesaban menos aún. La librería pertenece a ese linaje abundante de novelas inglesas inteligentemente escritas y dotadas de un fino humor, pero que se ciñen demasiado al propio espacio del que han salido. No me cabe duda de que muchos matices suyos se pierden al cruzar el canal de la Mancha. 

(Penelope Fitzgerald: La librería, Madrid, Impedimenta, 2010, trad. Ana Bustelo)

jueves, 15 de septiembre de 2011

Peter Englund: La belleza y el dolor de la batalla

La mayoría de los libros de Historia siguen una línea continua y se rigen por una serie lógica de causa-efecto. Hitler llegó al poder, luego empezó su política de expansión, luego invadió Polonia, luego empezó la segunda guerra mundial, etc. Lo fascinante de este libro, por el contrario, es que renuncia a la Historia clásica para hablarnos de la Primera guerra mundial de forma discontinua y estableciendo correspondencias azarosas entre sucesos simultáneos. 
Así explicado, puede resultar un tanto confuso, pero el esquema es muy sencillo y original. Peter Englund (historiador sueco y secretario de la famosa Academia de los Nobel) toma los testimonios autobiográficos (diarios, cartas, memorias) de veinte testigos y los va superponiendo uno tras otro. Cada capitulo abarca un pequeño episodio de la vida cotidiana de estos soldados, enfermeras, políticos, niños, mercenarios de múltiples nacionalidades. Los títulos informan del carácter próximo a la literatura de la narración histórica: "Paolo Monelli conversa con un muerto en el Monte Caroli", "Edward Mousley ve caer la nieve sobre Kastamonu", "Alfred Pollard resulta herido a las afueras de Zillbeke", "Willy Coppens es testigo de la metamorfosis de un insecto en persona", etc. A lo largo de seiscientas páginas vamos siguiendo los derroteros de estos personajes reales que se interrumpen para dejar paso a otro, y éste a su vez se abandona para dejarlo a un tercero, hasta que, de forma imprevista, volvemos a conocer un nuevo acontecimiento en la vida de aquel individuo que habíamos dejado páginas atrás. 
Muchas escenas son impresionantes y los personajes elegidos no pueden ser más dispares. El más estrafalario de todos es Rafael de Nogales, un venezolano enfermo de ardor guerrero, que ya ha estado en dos guerras antes y que toma el transatlántico para combatir en el primer ejército que encuentre. Al principio quiere ir con "la heroica Bélgica", pero no, los belgas no le hacen ni caso, tan ocupados están peleándose con los alemanes. Lo intenta con Francia, con Alemania, con el Imperio Austrohúngaro... en algún lugar lo toman por espía, en otro le sugieren que vaya a Montenegro, que allí estarán encantados de recibirle. Por fin, termina alistándose... en el ejército turco. La visión del genocidio contra los cristianos armenios lo dejará marcado.
He dicho que todos los personajes son muy distintos entre sí. Hay, sin embargo, dos cosas en común: la mayoría tiene un fuerte carácter y son personas cultivadas. ¿Cómo no pensar en esa baby sitter inglesa que trabaja en San Petersburgo y se alista como enfermera del ejército ruso por amor a su patria de adopción? ¿O esa Olive King, neozelandesa, que acaba de conductora de camiones militares de los serbios? Y he dicho que son gente con una preparación superior. Paolo Monelli lleva en su mochila su ejemplar manoseado de la Divina Comedia y el ingeniero Lobatov lee en las trincheras a Clausewitz como un oráculo para tratar de adivinar cuando acabará la guerra.
Especialmente conmovedor es el rumbo de los que terminan muriendo. Ese soldado australiano que pierde la vida en Gallípoli; o ese pobre Kresten Andresen, un joven inofensivo que sueña con volver a su casa y ser maestro de escuela: desaparece en una de esas macabras ofensivas del frente francés. 
A uno estas proximidades con la literatura le atraen. Ahora bien, si el planteamiento narrativo del libro es tan agradable, me pregunto qué renta sacamos a este poliedro de miradas sobre la guerra. ¿Cambia algo nuestra visión de lo que fue la Primera guerra mundial? ¿Hay detrás de todo una tesis, una nueva interpretación? Me parece que no: es difícil comprimir todo esta constelación de testimonios. Ni siquiera el título es del todo adecuado, quizá: hay mucho dolor y sólo un poco de belleza. Da la impresión de que el autor ha descompuesto la historia en miles de pedacitos, los ha tirado por la habitación y luego se ha alejado un poco para ver el resultado. Un resultado impresionante por su colorido, pero sin forma definida.

jueves, 14 de julio de 2011

Joaquim Maria Machado de Assis: Cuentos de madurez

Aunque ya se han ido traduciendo sus principales novelas, es hora de que el lector español vaya conociendo la vasta producción de cuentos de este autor brasileño, clásico entre los clásicos del siglo XIX iberoamericano. Los relatos de madurez aquí reunidos forman una galería originalísima que pone un pie en el realismo de situación y otro en el  desborde fantástico. Algunos de ellos (“Anécdota pecuniaria”, “Singular coincidencia”, “Una señora”, etc.) se encuentran entre lo mejor de su producción.
Machado de Assis es, sin ñoñería, un moralista, un hombre preocupado por las consecuencias que traen las pasiones en la vida de las personas. En realidad, no pretende estimular la virtud y azotar el vicio al modo habitual. La envidia, la codicia, la infidelidad o la cólera son realidades que disecciona con la curiosidad de un entomólogo. El resultado del experimento suele ser la infelicidad del individuo sometido a sus bajas inclinaciones. Pero nunca pretende moralizar ni adoctrinar sino dar cuenta de su observación. Por lo demás, el humor o la ironía enfrían historias que, en manos de otro escritor, serían mucho más pesimistas.
La imaginación, algo embrollada y exuberante, es otra de sus notas distintivas. De un cuento a otro el salto es, a veces, enorme, tanto en el tipo de historias como en el abanico de técnicas desplegadas a lo largo de esta antología. A diferencia de tantos escritores del siglo XIX, Machado de Assis no se limita a utilizar el clásico punto de vista realista. Algunos cuentos suyos disparatan alrededor de una teoria extravagante sobre el alma. En otros puede imitar el estilo bíblico o el de las crónicas renacentistas, contar una historia a partir de una charla de café o de un testamento estrafalario. La acumulación de lecturas de la que hace gala en muchas narraciones revela, además, una singular preocupación cosmopolita que sólo se advierte en ciertos países periféricos. Como el argentino Borges, Machado de Assis se siente deudor de toda la tradición cultural occidental, a la vez que habla de cosas puramente locales.
Divertido y filosófico, erudito y vitalísimo, el universo de Machado de Assis deslumbra por su inventiva: lo mismo capta un detalle de la buena sociedad fluminense que se nos aparece con una historia reveladora de la inteligencia superior de las arañas. La ensoñación y la locura son temas que entran y salen de las cabezas de sus personajes, algunos completamente sumidos en sus quimeras y otros cuya única obsesión es escapar de la mediocridad mediante las ilusiones.
Susan Sontag consideraba a Machado de Assis uno de los mejores escritores de todo el siglo XIX y el mayor de toda Iberoamérica. Quién sabe que hubiera sido de la fama de este autor si, en vez de nacer brasileño, hubiera sido francés, inglés o ruso. La obra de este contemporáneo de Dickens, Flaubert o Chejov asombra por su actualidad sin que desmerezca de los grandes nombres citados.

(J.M. Machado de Assis: Cuentos de madurez, Valencia, Pre-textos, 2011).

sábado, 18 de junio de 2011

Kazuo Ishiguro: Nunca me abandones

A pesar de que amigos inteligentes me lo ponían por los cuernos de la luna, nunca me entusiasmó Los restos del día, cuando lo leí allá por el año 91. En su momento se me antojó una novela demasiado correcta, tanto en lo literario como en lo político. La trama, el estilo, los personajes... todo era too much british como para que hubiera salido de las manos de un inglés de toda la vida. Ishiguro había escrito una novela tan inglesa que parecía escrita por un extranjero.
No me metí con muchas ganas en esta otra novela del mismo autor, porque veinte años no es nada y todavía me duraba el aburrimiento del libro que lo había consagrado. Pero para mi sorpresa me encontré con un argumento provocador. Los experimentos médicos con niños, tal y como los cuenta Ishiguro, con esa frialdad que en Los restos del día sonaba artificial, ahora son sencillamente sobrecogedores. Todo transcurre en una época conocida del lector actual, los años ochenta y noventa, pero de pronto van facilitándose datos que nos trasladan a una sociedad materialista. egoista y despiadada. La incomodidad que sentimos no es superficial y quizá nos preguntemos si, en efecto, este mundo nuestro no es tan diferente del que cuenta Ishiguro. Si no hay millones de víctimas silenciosas, como los niños de la novela, que pagan con sus vidas los avances de la ciencia y el bienestar de otros.
Esto, por el lado de los aplausos. En el lado de los abucheos, me temo que a la novela le sobran doscientas páginas. El relato se enreda con detalles innecesarios; la narradora y protagonista, de tan memoriosa que es, resulta cargante. Tanto guiño elegante, tanta alusión a media voz. Ishiguro es sin duda un escritor inteligente al que le gusta establecer una relación cómplice con lectores de altura. Esto está muy bien, pero ya lo hizo Henry James con más talento. Ishiguro, una vez más, demasiado british.

lunes, 13 de junio de 2011

Enrique Baltanás: Trece elegías y ninguna muerte




Ignoro si el título del último poemario de Enrique Baltanás se inspira lejanamente en aquel otro del argentino Baldomero Fernández Moreno: Setenta balcones y ninguna flor. Pero la casi coincidencia me sirve de pretexto para llamar la atención sobre la valentía antisupersticiosa del poeta sevillano: trece elegías. Ni una más ni una menos. Menospreciando el azaroso simbolismo de ese número maldito, la primera parte del libro (las trece elegías), es un recuento, desengañado y esperanzado a la vez, de las torceduras en el camino de la vida. El espléndido poema inicial invita a ingresar en un universo enfriado por el desencanto: “Ven conmigo, lector, por estos secarrales”. Evelyn Waugh aseguraba que, en el momento de su conversión, se sentía el creyente menos entusiasta de Inglaterra. Su decisión, decía, no era fruto del arrebato místico sino del razonamiento. Sin que la poesía de Baltanás pueda calificarse de confesional o teológica, ni remotísimamente, me parece que su punto de partida no deja de tener cierto paralelo con el de Waugh. Mirar, examinar, aprender, sostener, matizar son verbos frecuentes al comienzo del libro.  El secarral del desengaño y el intelecto domina la andadura del un poeta que, no obstante, confía en que exista la luz de fuego al final. Como si no fuera con él, desde fuera, el yo va señalando las etapas de un recorrido doloroso que no concluye en la desesperanza total. Poco a poco se va afirmando la existencia de “alguien que traspasa con su luz las tinieblas./ Que dice que la vida no es absurda”. Y cuando se llega a las últimas elegías, de forma imperceptible, el poeta va girando su foco, alejándolo del escrutinio sobre el mundo y asomándose, muy pascalianamente, a su corazón. La fe no es entonces cosa mentale. “La luz del corazón llevo por guía”, escribía Villamediana. Este descubrimiento compensa de las deficiencias y sofismas que el intelecto encuentra en el mundo actual. Pero no atenúa el sufrimiento, pues la búsqueda en el interior de cada uno revela las propias miserias:

Nos duele la verdad como una espina
en la rosa escogida del rocío.

Con estos hermosos versos se cierra la primera parte del libro, elegíaca por severa y sentenciosa más que porque cante o llore la muerte de algún ser querido.
La segunda parte (Ninguna muerte) sirve de contrapunto a la austeridad formal de la primera. Diríase que Baltanás no puede evitar la belleza del heptasílabo o el endecasílabo clásico, la dicción machadiana, la sabiduría del orfebre. Los temas son semejantes a los de la sección anterior: fe  y razón, desengaño y esperanza se combaten y se dan la mano continuamente. El tempus fugit salta de una página a otra.
 Pero el secarral, anunciado antes como una petición de principios poéticos, empieza a desaparecer a causa de la lluvia fina de las imágenes. “Inventario de invierno: pensamiento”, afirma bellamente este constructor de greguerías en uno de sus poemas.
Retorna el oficio de Baltanás, demostrado en entregas anteriores. En cierta forma, esta renuncia a los pasos que había empezado a dar en el seco arranque del libro puede verse como una claudicación. ¿Puede hablar el poeta sin llanto, sin emoción, sin sonrisa, como se proponía en las primeras elegías? Desde luego unos cuantos poetas sí son capaces, pero no termina de ser el caso de Baltanás. Algo de lo que nos alegramos, por cierto, ya que esto nos permite saborear algunos de sus mejores momentos en este hermoso libro: “Tardías confidencias”, “Ramos de rosas” o “Enero”.

(Enrique Baltanás: Trece elegías y ninguna muerte, Sevilla, Siltolá, 2011)

jueves, 2 de junio de 2011

Claudia Piñeiro: Tuya


Todo comienza cuando Inés, una señora de mediana edad, descubre que su marido le es infiel al encontrar dentro de los papeles de su maletín el dibujo de un corazón con lápiz de labios y la firma de “Tuya”. A partir de aquí, “Tuya” se convierte en una obsesión patética de Inés que va desvelando su mezquindad conforme se enreda la trama y el suspense se hace patente. Inés calla su descubrimiento y sigue a su marido durante días hasta que descubre quién es su amante. La historia va dando varias vueltas de tuerca y, paulatinamente, la que era un ama de casa convencional empieza a volverse una asesina en potencia. Junto a la acción principal, están los problemas de Lali, la hija única que vive un drama a espaldas de sus padres. Sin duda la desconexión con su madre es uno de los alicientes más auténticos de la novela, además de uno de los ingredientes más potentes para crear el efecto de suspense que persiste hasta el final.
La narración se desgrana mediante tres registros diferentes: los informes forenses, las conversaciones telefónicas y la voz histérica de Inés. Lejos de complicar la historia, este recurso le presta una mayor agilidad. Claudia Piñeiro combina hábilmente pasajes escritos desde distintas perspectivas, pero todos ellos unidos por una sobriedad estilística que recuerda al guión audiovisual. No en vano la autora ha sido guionista de televisión
Como en su notable Las viudas de los jueves, Piñeiro recurre a las posibilidades narrativas que ofrecen los desequilibrios íntimos de una respetable familia burguesa. Pocos personajes son necesarios, por cierto, para conformar la acción de esta novela entretenida y  apasionada. El egoísmo de la madre, las infidelidades del padre y la vida desordenada de la hija única adolescente forman un cóctel que, después de agitarlo bien, desemboca en un thriller fuerte y de consecuencias imprevistas.

Claudia Piñeiro: Tuya, Barcelona, Alfagura, 2010.

jueves, 21 de abril de 2011

Richard Russo: El verano mágico de Cape Cod


El texto de la contraportada apesta a comedieta rosa de Hollywood: "Ten cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad". Pero que nadie se llame a engaño. La factura de la novela es demasiado astuta y sofisticada como para que se deje hundir por una historia banal.
Jack Griffin viaja en coche hacia California para asistir a la boda de la mejor amiga de su única hija. Se acaba de pelear con su mujer, Joy, con quien ha compartido treinta y cuatro años de matrimonio feliz. La razón descansa en el maletero de Jack: las cenizas de su padre, recientemente fallecido con el que el protagonista guarda una compleja relación de amor y odio. A partir de aquí la historia se va enredando con ese protagonista enfermo de nostalgia por los veranos de su infancia y perseguido por los recuerdos de sus padres, profesores de literatura en universidades de segunda, gente arrogante, egoísta y fracasada.
Como he dicho antes, me parece que la historia no da para mucho. Sin embargo, el autor la llena de detalles inteligentes, en especial aquellos en los que se demora en la compleja relación de Frank con su pasado. Aunque Russo no es ningún Proust, admira la finura de sus análisis. Su visión del matrimonio, aunque optimista, no es simplona ni complaciente. Y, sobre todo, llama la atención la ecuanimidad, el cariño diríamos, con que trata a sus personajes, por muy diferentes que sean.


Richard Russo: El verano mágico de Cape Cod, Madrid, Alfaguara, 2010 (trad. de M. Antolín Rato)

jueves, 7 de abril de 2011

Sergio Ramírez: El cielo llora por mí



Novela negra ambientada en la Managua post sandinista. Dos inspectores, ex guerrilleros al servicio del departamento de narcóticos, siguen la pista de una mujer desaparecida en extrañas circunstancias. Pronto aparecen indicios de que ha estado mezclada con algunos personajes pertenecientes a un par de cárteles colombianos de la droga. Y poco a poco la policía va encontrando cadáveres relacionados, de una forma u otra, con el misterio. Los protagonistas tienen que lidiar con la ineptitud o la corrupción de sus superiores además de con la escasez tercermundista de los medios materiales de que disponen. A cambio reciben la valiosa ayuda de doña Sofía, otra ex guerrillera metida a limpiadora de oficina y conversa a una secta protestante. Este es quizá el personaje más interesante y divertido de una novela que contiene no pocos episodios cómicos cuando no directamente grotescos. Ramírez revela su buen oficio de narrador, sobre todo en los diálogos a tres voces entre los policías y su ayudante aficionada. En el otro lado de la balanza pesa la dificultad sintáctica de algunos pasajes a las que no les vendría mal, me parece, unos cuantos signos de puntuación. Dicho con otras palabras: la novela resulta algo desaliñada.
Su autor, antiguo dirigente sandinista, manifiesta de muchas maneras su desencanto con un pasado político mediante una intriga policíaca que, al mismo tiempo que entretiene, levanta las miserias de una sociedad brutal, hipócrita y corrupta. Pero no hay que engañarse sobre su presunta originalidad. La atracción por la novela negra es una característica de no pocos escritores europeos que se consideran a sí mismos como legítimos herederos de la “auténtica” izquierda. Basta pensar en Camillieri, Vázquez Montalbán, Juan Madrid y tantos otros. La acción criminal es un pretexto magnífico para bucear en los tugurios de la sociedad, pero también para desvelar, siempre dentro de esta óptica, desequilibrios sociales, corruptelas administrativas o el poder de la banca o de instituciones como la Iglesia. Todo esto dentro de una óptica progresista que exalta el discutible romanticismo de unos policías (no detectives privados, sino funcionarios del estado, todo un detalle) nostálgicos y sentimentales, aunque vayan de duros. Como tales, son poco escrupulosos en su trato con los detenidos o cuando se trata de satisfacer sus apetencias sexuales. Según el relato estas cuestiones son menores, o incluso dignas de cierta simpatía por parte del lector. El héroe ha de ser vulnerable y falible, como lo exigen los cánones de la novela negra actual. Y desde este punto de vista Ramírez lo único que ha hecho  es dar su versión local del género.

Sergio Ramírez: El cielo llora por mí, Alfaguara, Madrid, 2009, 322 págs. 

viernes, 1 de abril de 2011

Varios: La joven guardia. Nueva literatura argentina


 La literatura argentina se ganó el pasado siglo un merecido prestigio gracias los nombres de Borges, Cortázar, Macedonio Fernández, Marechal, Puig, Alejandra Pizarnik Roberto Arlt, Girondo, Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, Sábato y tantos otros. Con un título un poco abusivo la antología se presenta “la nueva literatura argentina”, si bien es cierto que no se selecciona en ella ni a novelistas, ni a poetas ni dramaturgos. Son sólo cuentistas. Los veintitrés nombres tienen menos de cuarenta años y ya cuentan con una carrera de cierto peso en su país. Todos ellos son poco o nada conocidos en España, salvo Andrés Neuman, Gonzalo Garcés y, quizá, Washington Cucurto. Sólo por esta razón vale la pena prestar atención a un libro de estas características.
Sospecho que si existe algo en común en estos escritores jóvenes es su indiferencia, más o menos velada, a los grandes temas de sus antecesores. La dictadura y las represiones han dejado de interesar, igual que el drama de las Malvinas. Todos proceden de la Argentina del postmenemismo, escéptica y empobrecida. Por eso quizá una de las huellas más notables en varios de ellos sea César Aira, con su voluntaria superficialidad y su estilo desaliñado. Faltan, por estas mismas razones, cuentos que sobrecojan por su fuerza dramática o imaginativa, o que deslumbren por la calidad de su prosa. Uno de los relatos, “Diario de un joven escritor argentino” de Juan Terranova, ofrece un retrato robot de muchos de estos autores, sometidos a la frustración de una sociedad materialista de la que, no obstante, el propio protagonista forma parte sin que eso le suponga ninguna tragedia existencial. La historia deambula entre la vida gris del escritor: su vida familiar, sus ambiciones reprimidas y sus gustos intelectuales, que van del boxeo televisado a los libros sobre la segunda guerra mundial. Hoy en día algunos llaman “pensamiento débil” a actitudes como ésta.
En el prólogo se habla de la “destreza extraordinaria” de estos narradores. Hombre, no tanto. Lo malo de este tipo de afirmaciones es que son casi obligatorias en el género de la antología y nada dicen hasta que el lector no se ve confrontado con los textos mismos. ¿Realmente hay una “literatura” (léase: cuentística) joven en la Argentina tan maravillosa? Repasados los textos uno por uno, me parece difícil sostenerlo. Algunos narradores conocen sobradamente su oficio y escriben con talento (Neuman, por ejemplo); pero otros necesitan más de un hervor. El tono general es, me temo, de bisoñez. Aun así, no hay por qué escandalizarse: Borges escribió sus mejores relatos entre los 44 años y los 49 años. 


Varios: La joven guardia. Nueva literatura argentina, selección de Maximiliano Tomás, Barcelona, Verticales de bolsillo, 2009, 241 págs.

martes, 29 de marzo de 2011

José Emilio Pacheco: Las batallas en el desierto

Brevísima novela ambientada en el México de fines de los años cuarenta del siglo XX, la época desarrollista del presidente Miguel Alemán. Las truculencias revolucionarias son ya parte de un pasado doloroso y reciente. Ahora la sociedad mexicana aspira a encontrar un lugar en el mundo desarrollado, a ser, como diríamos hoy, un país emergente.
Carlos, un niño de doce años procedente de una familia tradicional, hace amigos en el colegio. Pronto toma conciencia de su posición social: él no es como Jim, que tiene juguetes comprados en los Estados Unidos, ni como Roberto, un muchacho aplicado pero de familia muy humilde. El relato va dibujando con enorme poesía y sencillez el mundo según su protagonista, hasta que Carlos es invitado a casa de Jim. Allí se enamora platónicamente de la madre de su amigo. Enseguida se revuelve toda su percepción de las cosas. Desde el principio sabe que no será correspondido y esto le hace sufrir. Para colmo su mal de amor es tan fuerte que no puede vivir sin comunicárselo a su amada. El niño, en definitiva, vive sus nuevos sentimientos con una fatalidad trágica porque tiene la suficiente lucidez para darse cuenta de que la historia no ha de acabar bien. Pacheco sigue los esquemas de cualquier novela de iniciación a la vida. Su protagonista empieza a conocer el mundo y tiene su primera experiencia amorosa. Pero lo hace solo, como una batalla en el desierto. Los mayores no le entienden, movidos por sus prejuicios sociales y religiosos. Sus amigos no pueden hacer nada. Y él mismo se da cuenta de la imposibilidad de su empeño.
Pese al tono amargo con que Pacheco juzga la sociedad de su propia infancia, también es evidente en este relato el inevitable toque nostálgico, signo de la inocencia perdida y anhelada. La novela comienza con una frase tan sobria como significativa: "Me acuerdo, no me acuerdo, ¿qué año era aquel?". A partir de aquí, la historia discurre con fluidez. La escena en la que Carlos se declara a la mamá de Jim es un prodigio de delicadeza y cariño hacia los dos personajes. Sólo por estas páginas vale la pena leer esta novela que supera los márgenes de una trama limitadísima gracias a la hermosa sencillez con que está escrita.

lunes, 28 de marzo de 2011

P.D. James: Todo lo que sé sobre novela negra

Siempre he tenido debilidad por las novelas policíacas de P.D. James. Por eso me atrajo este librito en el que esperaba encontrar lo que me atrajo de esa viejecita de 90 años que escribe sobre crímenes terribles con elegancia, ironía, sensatez y realismo. Todo eso está en el ensayo y, sin embargo, da la impresión de que P.D. James, a pesar de toda su sabiduría de contadora de historias, no sabe tanto. En realidad, se trata de un libro muy british, para bien y para mal. Tiene sugerencias muy interesantes, incluso divertidas, desde el punto del escritor. Pero falla en la información mínima. No soy ningún experto en novela policíaca, pero el problema es fácil de detectar:  para P.D. James el género mal llamado negro se reduce a Gran Bretaña. De hecho, sitúa su comienzo histórico allí y no en la literatura norteamericana con Edgar Allan Poe., como suele hacerse. Sólo graciosamente dedica un capítulo a los primos yanquis del hard-boiled, Hammet y Chandler (y punto: nadie más). A falta de tres páginas del final se acuerda de Simenon al que dedica un apresurado puñado de elogios y se acabó. Entre los novelistas actuales, no le convence Mankell (ahí coincidimos), pero no parece tener noticia de la existencia de Stieg Larsson ni del resto de la moda escandinava. Poco después se asombra de que en la Inglaterra actual empiecen a aparecer traducciones de otros países exóticos en materia policial: Francia, Italia, Rusia, etc. Por supuesto comparto su admiración por los buenos escritores ingleses. Wilkie Collins, por ejemplo. De éste comenta lo siguiente: "Que yo sepa, ningún otro novelista ha intentado copiar -y no digamos imitar- a Wilkie Collins, aunque sería interesante que alguien se atreviera a hacerlo" (138). Cuánto me gustaría mandarle a Mrs. James un ejemplar de la espléndida Rosaura a las diez del argentino Marco Denevi.

sábado, 26 de marzo de 2011

viernes, 25 de marzo de 2011

Ismaïl Kadare: El cerco

Traducida del francés hace años con el título de Los tambores de la lluvia, llega ahora en versión directa del original, esta novela histórica de uno de los eternos candidatos al Nobel de literatura, el albanés Ismaïl Kadare.  Además, el autor, en el momento de su publicación, tuvo que recortar episodios por presiones de la censura comunista. Esta edición rescata las escenas prohibidas y reafirma el mensaje nacionalista del libro. Así, la tierra –símbolo recurrente del libro-, que rodea a los turcos es extranjera y se manifiesta hostil a los invasores imperialistas.
Basada en el asedio de la ciudad albanesa de Kruja en el siglo XV, la novela relata diversos acontecimientos desde dos puntos de vista opuestos: el de los sitiados albaneses y el de los invasores turcos. El mayor espacio dedicado a estos últimos enlaza una vez más a Kadare con una de sus grandes obsesiones literarias: Homero, en especial el autor de la Ilíada, que recuerda un asedio mítico desde la perspectiva de los asaltantes. Ahora bien, en El cerco la suerte de la victoria se invierte, porque los derrotados son los invasores.
Dominada por la fascinación homérica, El cerco contiene escenas de enorme fuerza épica. Así ocurre con aquella escala que es elevada sobre las murallas entre la masa de soldados; por unos segundos queda inmóvil antes de desplomarse sobre los enemigos. Kadare reenvía con continuos gestos a los clásicos. Como si de un drama histórico de Shakespeare se tratara, durante la batalla, los enviados turcos van entrando y saliendo de la tienda del estado mayor para informar de las sucesivas muertes de sus capitanes. Una fuerza trágica semejante emana del episodio en el que los zapadores otomanos mueren asfixiados en la mina, o también de aquel otro en el que los cadáveres se confunden con los heridos en el hospital. Pero toda esta violencia nunca es sórdida ni absurda. La sobria elegancia y el instinto poético de Kadare redimen la crudeza de un libro que se lee como lo que es: una epopeya.

Ismaïl Kadare: El cerco, Madrid, Alianza, 2010. 

miércoles, 23 de marzo de 2011

Antonio Ungar: Tres ataúdes blancos


Galardonada con el último Premio Herralde, Tres ataúdes blancos cuenta la vertiginosa historia de un tipo antisocial, un “friki” aficionado al alcohol y a tocar el contrabajo, cuya vida solitaria se trastoca cuando el candidato a la presidencia de su país muere en un atentado terrorista. El parecido asombroso con el asesinado lleva a sus colaboradores a pedir -a obligar, más bien-. al protagonista a que haga el papel de la víctima. La muerte del candidato será ocultada mientras dure el proceso electoral.
A pesar de que el planteamiento no sea demasiado original, la novela arranca de forma brillante. El autor maneja con soltura registros y escenas. Al principio su relato deslumbra por varios motivos: la ingeniosa combinación de humor y tragedia, la rapidez con que se suceden los hechos o la descripción del ambiente desvencijado que rodea al personaje. Luego la tensión va desmayando y remontando a cada rato. Pasada la mitad, sobran, quizá, páginas que vuelven una y otra vez a los mismos temas. En cambio, quedan algunos cabos sueltos del enredo argumental. Tal vez por eso, de forma consciente, en la conclusión, construida sobre las cartas que la novia del protagonista escribe a su amado desde el exilio, se sugiere que faltan detalles para comprender toda la historia. En cualquier caso, como thriller clásico la novela no está completamente resuelta, aunque tenga momentos muy estimables.
Como era de prever si uno ha visto películas o leído historias similares, el actor va asumiendo la máscara de su personaje hasta que se convierte en un peligro para aquellos que habían puesto en funcionamiento la impostura. El candidato era, al parecer, un hombre íntegro dispuesto a barrer la corrupción que asolaba la república imaginaria en donde se sitúa la acción. Por eso el protagonista irá dejando su egoísmo y abriéndose a una nueva personalidad mucho más atractiva. Otras aventuras suyas siguen el mismo guión previsible:la enfermera que lo cuida se convierte en su amante. El final desencantado ante un sistema al parecer invencible tiene muchos ecos de las clásicas novelas de dictador, empezando por El señor presidente de Miguel Ángel Asturias.
A pesar de que la acción se ubica en un país sudamericano inventado, la república de Miranda, la mayor parte de las referencias apuntan a la Colombia natal de su autor. El barrio de la Esmeralda donde vive el protagonista, por ejemplo, se parece mucho a la Candelaria bogotana, y el ridículo presidente Del Pito recuerda por su apostura física a Álvaro Uribe.  Son claves que están detrás de esta novela que falla como thriller, acaso porque es, sobre todo, una sátira de la política colombiana y, por extensión, latinoamericana. 

Antonio Ungar: Tres ataúdes blancos, Barcelona, Anagrama, 2010,284 págs.

martes, 22 de marzo de 2011

Juan Gabriel Vásquez: El arte de la distorsión



 Hoy me he enterado de que le han dado el premio Alfaguara al escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Hace tiempo escribí una reseña sobre un libro suyo de ensayos que me gustó. la suelto acá por si a alguien le sirve de orientación sobre el flamante galardonado:


El nombre del colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es quizá uno de los más prestigiosos de la narrativa hispanoamericana reciente. Dotado de una sólida formación lectora, rápidamente comprobable en su obra de ficción, ahora saca a la luz una colección de ensayos dispersos sobre autores y obras que han llamado su atención. Vásquez no se aparta del modelo del escritor latinoamericano culto y cosmopolita, traductor y articulista de criterio firme. Es un ensayista analítico y razonador: hace desfilar sus afinidades y fobias literarias mediante una argumentación amena y rotunda. Tiene las buenas cualidades del ensayista clásico: cada artículo revela una voluntad de estilo sin estridencias, pero original y polémico. Así, se permite tutear a un gurú como Nabokov y ataca sus opiniones no menos controvertidas sobre Cervantes. El autor de Lolita había descalificado el Quijote como un libro cruel e indigno de la condición humana. Vásquez discute sus razones con la familiaridad de quien puede  burlarse de un escritor a quien en el fondo se admira: “si Nabokov saliera en este momento de su tumba suiza y viniera hasta aquí para preguntarme por qué pueden parecer graciosas las desgracias que sufren Sancho y don Quijote…”
El tono espontáneo no elimina el rigor. Los ensayos del libro, aunque no sean académicos, están respaldados por un buen caudal de lecturas. Ciertamente no todas las opiniones serán asumibles: uno no comparte, por ejemplo, el entusiasmo por la obra de Ricardo Piglia. Otra de las deudas más fuertes de Vásquez, la de Philip Roth, no me parece tan importante en el contexto de la literatura norteamericana actual. Pero estos juicios son tan personales como los del novelista colombiano.
El escritor crea sus precursores, según la conocida frase borgiana, o, al menos, hoy en día se interesa por indicar quiénes son sus maestros. Juan Gabriel Vásquez no tiene reparo en aclarar sus deudas literarias, y hasta existenciales, con dos narradores, V.S. Naipaul y Joseph Conrad, que escribieron toda su obra lejos de sus países de origen. Así sucede con el novelista colombiano, aunque habría que recordar que su caso no es tan extraño en un contexto como el de Hispanoamérica. Muchos otros han compartido su destino, y no siempre –como vulgarmente se cree-, por razones políticas. Sin ir más lejos, otro de los nombres homenajeados en este volumen, Julio Ramón Ribeyro, también vivió y escribió casi siempre fuera de su Perú natal.
Entre los mejores ensayos contenidos en este volumen, brillante por sus cualidades intrínsecamente literarias, están quizá el que da título al libro, la defensa del cuento como género literario en “Apología de las tortugas” o la reflexión sobre la reseña literaria, en la que destaca el altruísmo (ay) de quienes se dedican a ella, o esta frase que, para mí, es todo una síntesis de lo que debiera ser una recensión: “La mejor crítica de novedades hace sonar la alarma acerca de esos aspectos del libro que son de interés y que el lector corre el riesgo de perderse si alguien no se lo señala de antemano”.

Juan Gabriel Vásquez: El arte de la distorsión, Alfaguara, Madrid, 2009, 227 págs. 

martes, 8 de marzo de 2011

Edmundo Paz Soldán: Río fugitivo


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Río fugitivo es una novela generacional sobre las ilusiones y el desencanto de la generación que vivió su juventud en los años ochenta. Y así, aunque la acción transcurra en la ciudad boliviana de Cochabamba, pueden trasladarse muchos elementos de lo que allí se pinta a otras lugares, salvo si exceptuamos ese universo tercermundista que casi no se nombra en muchos momentos del libro, el de la miseria que rodea a los afortunados. Un grupo de muchachos de clase alta lleva una vida inconsciente y frívola mientras todos asisten regularmente a un colegio religioso, participan en reuniones sociales y viven sus primeros tanteos eróticos y amorosos. Las drogas, el alcohol y el sexo forman parte de ese mundo adolescente, recreado de manera magnífica a través de las alusiones a la cultura cinematográfica (Blade runner, sobre todo) y las canciones de Boy George, Men at Work o Queen. Como se puede suponer, el autor no oculta el carácter autobiográfico de la novela. De hecho, el protagonista y narrador es Roby, un muchacho obsesionado con escribir novelas policíacas. En sus ratos libres gana algunos pesos plagiando argumentos de sus libros favoritos y vendiendo sus cuentos a sus compañeros. Su talento imaginativo le confiere una cierta distancia con respecto a la sociedad que le rodea. Por eso, se inventa una ciudad utópica -“Río fugitivo” es su nombre- en donde transcurren todas sus ficciones. Poco o nada tiene que ver esa ciudad literaria con la Cochabamba real. Sin embargo, cuando la tragedia entre en la vida del protagonista, más o menos a la mitad de la novela, éste va dejando a un lado sus ensueños y empieza a madurar. Ahora tiene que enfrentarse con la cara menos amable de la sociedad en que vive y percibir sus carencias de forma más clara: el racismo, la violencia, el abandono familiar, la hipocresía moral. Además, con una mirada escéptica y dolorosa, el autor va mostrando las distintas reacciones de los personajes ante la muerte: tanto de quienes buscan el consuelo en la fe, como de aquellos otros que se desesperan ante un final que consideran definitivo, como es el caso del protagonista. En medio hacen su aparición algunos personajes secundarios con una fuerte personalidad, como el inspector Daza, brutal y entrañable al mismo tiempo, a mi modo de ver una de las mejores creaciones del libro.
Paz Soldán (Cochabamba, 1967) es uno de los narradores contemporáneos con mayor proyección en el panorama literario de Hispanoamérica. Dotado de un estilo cuidadoso y sugerente, no tiene ningún problema en reconocer sus deudas con la famosa generación del Boom. La filiación de Río fugitivo con La ciudad y los perros o Los cachorros de Vargas Llosa es muy obvia, aunque quizá el universo de Paz Soldán sea un poco menos sórdido o estridente. Las deudas del escritor boliviano con sus padres literarios no oscurecen su personalidad. Esta novela suya, corregida y revisada para su edición española, afirma hoy en día su puesto entre los narradores más interesantes del otro lado hispano del Atlántico. 

Edmundo Paz Soldán: Río fugitivo, Barcelona, Libros del asteroide, 2008, 354 págs

viernes, 25 de febrero de 2011

Irène Némirovski: Nieve en otoño


Otoño de 1914. Desde la primera página, cuando asistimos a la despedida del joven aristócrata ruso de su anciana nodriza, sabemos que la cosa va a terminar mal. Nos ayuda nuestro conocimiento de la historia, del Doctor Zhivago... y de ese caritativo texto de la contratapa que siempre nos cuenta tres cuartas partes del argumento.

Sin embargo, esta brevísima novela atrapa gracias a la maestría de su autora. Como su obra maestra, Suite francesa, es la crónica de la fuga de un conflicto y, al mismo tiempo, la huida de unos personajes víctimas de sí mismos. La frivolidad tiene una carga trágica. El lector sabe que la familia Karin, encantadora pero  irresponsable, nunca asumirá la pérdida de su casa rural -magníficas páginas dedicadas a su evocación- y que en el exilio poco a poco todos ellos se irán disolviendo en medio de la muchedumbre. La nodriza, con su fidelidad imbatible, simboliza la imposible asimilación de la vieja Rusia al nuevo medio que les espera. Y también, la encarnación de unos valores morales sobre los que se vierte una melancólica nostalgia.
Un reproche: es una novela quizá demasiado breve para argumento tan grande. Pero, de cualquier forma, uno admira la escritura moderna de Némirovski y esa capacidad para el detalle que se abre paso entre las palabras, a pesar de la diferencia de idiomas. Así se cuenta una batalla próxima a la casa abandonada de los Kurin: Pero el incendio nunca había estado tan cerca como aquella noche: el resplandor iluminaba el parque abandonado de tal modo que podían verse hasta las lilas del sendero principal, que habían florecido el día anterior. Engañados por la claridad, los pájaros volaban como en pleno día. Los perros aullaban. Luego, el viento cambió de dirección y se llevó el fragor del fuego y su olor. El viejo parque volvió a quedar a oscuras y en silencio, y el aroma de las lilas inundó el aire. 
Pura magia.

martes, 8 de febrero de 2011

Antonio Estrada: Rescoldo

Cuando apareció esta novela en 1961, casi nadie en México reparó en ella, entre otras razones porque trataba un tema tabú en el país: la guerra de los cristeros. Una de las pocas voces independientes fue la de Juan Rulfo, el genial autor de Pedro Páramo, que llegó a decir de ella que "era una de las cinco mejores novelas mexicanas del siglo XX. No sé cuáles serían las otras cuatro para él, quizás la misma Pedro Páramo, con la que Rescoldo tiene algunos contactos. En cualquier caso, poco a poco, cincuenta años después, se está revindicando la epopeya novelada de su protagonista, el coronel Florencio Estrada, y la de su familia.
El libro es obra autobiográfica de un gran escritor poco conocido, Antonio Estrada, hijo del protagonista y testigo de las peripecias en las que participó junto a su padre, siendo él mismo un niño. Para que se entienda mejor toda la intriga, debe conocerse su contexto histórico. En 1926 gran parte del campesinado mexicano e alzó en armas contra las medidas anticlericales del gobierno revolucionario del presidente Calles. A lo largo de tres años los rebeldes combatieron al ejército federal, hasta que la jerarquía católica, alarmada por los excesos de uno y otro bando, negoció un acuerdo con las autoridades. Sin embargo, aunque los cristeros (así se llamaba a los alzados), dejaron el combate, el gobierno alentó en los años siguientes la persecución selectiva de sus líderes, contraviniendo de esta forma los arreglos de paz.
Así las cosas, en 1934 unos cuantos comandantes cristeros, hartos de que se les cazase como a conejos, volvieron a las armas. Este suceso, conocido como la segunda Cristiada, es el marco histórico en el que se desarrollan los acontecimientos de Rescoldo. Florencio Estrada fue uno de esos caudillos históricos que se levantaron por segunda vez y pagaron con la vida su lealtad a Cristo Rey y la "Gualupita", enfrentándose con su decisión a políticos y eclesiásticos.
Con un estilo lacónico y expresivo, el relato presenta la vida cotidiana de una familia numerosa, la de Florencio, abocada a vivir en medio de una sierra agreste y llena de peligros. De un lado, las serpientes, el hambre, las enfermedades; de otro, los disparos de los soldados que persiguen tanto a Florencio y a sus hombres, como a los niños y mujeres indefensos que van con ellos. Florencio no quiere dejar a su mujer y sus hijos pequeños por temor a que los maten si los deja en su casa. Toda la novela exalta hasta lo gigantesco los valores familiares. De entre todos los personajes, sobresale la figura de la madre, Lola Muñoz. En torno a ella giran los niños, los soldados cristeros y, por supuesto, su marido enamorado. Muchas son las escenas conmovedoras vividas con un heroísmo trágico: la primera persecución a balazos de los niños y sus mascotas animales entre riscos y arbustos; el infarto de la madre, al esconderse de sus propios hermanos que también la buscan para matarla por cristera; las despedidas entre besos y sollozos antes de los combates.
Un aviso: el gran obstáculo para la lectura actuald e Rescoldo es el entreveramiento del castellano con el habla indígena y los numerosos localismos que pueblan el texto. Para remediar la comprensión de algunos pasajes, la edición viene acompañada de un utilísimo aparato de notas y un glosario final a cargo de Ángel Arias, autor también una introducción imprescindible.  
Rescoldo es una novela importante, pero exigente. Crea un lenguaje único, a veces dotado de una fuerza poética torrencial, pero hay que entrar en él con ilusión. Estrada no sólo quiso recordar la historia olvidada de unos perdedores ejemplares, sino también conseguir una obra de arte que reclamaba un lenguaje singular, plagado de los términos cercanos al mundo que describía. Quizás la mejor manera de leerlo sea aceptar el valor evocativo de sus palabras. Sólo así se empezará a conocer y a disfrutar de una de las mejores novelas mexicanas, Rulfo dixit.

Antonio Estrada: Rescoldo, ed.de Ángel Arias, Madrid, Encuentro, 2010.

jueves, 20 de enero de 2011

Joseph Roth: Job

El gran escritor centroeuropeo Joseph Roth (1894-1939), judío, de padre austríaco y madre rusa, apátrida y convertido al catolicismo en la madurez, llevó una vida errante que hizo honor a sus orígenes y reflejó en una obra atribulada, propia de tantos intelectuales desorientados ante lo que consideraban el derrumbe de su civilización. Los personajes de Roth, sometidos siempre a una fuga de sí mismos y de los demás, buscan sin cesar unas raíces con las que cimentar un sentido a su vida. La marcha Radetzky, La cripta de los capuchinos, La noche mil uno, etc. son algunos de los títulos en donde plasmó el sentimiento de indefensión ante un mundo en perpetuo cambio. Roth vivió dramáticamente el hundimiento del imperio austrohúngaro, la revolución rusa y la crisis social y económica que condujo a Alemania al nazismo.
A diferencia de otros grandes contemporáneos como Broch, Musil o Kafka, Roth no escribe de forma abstracta ni recurre a la alegoría fantástica para expresar sus inquietudes. El terreno en el que se mueve es quizá menos complejo, pero más próximo al lector común. Con una escritura dotada para el detalle concreto, la habilidad para transmitir situaciones o una trama ingeniosamente trabada, Roth es un escritor ameno que sabe transmitir el pathos necesario a sus libros. A él le interesa por encima de todo contar historias, de las que se deduzca, por la propia fuerza de la narración, un mensaje válido para entender mejor el mundo.
En el caso que nos ocupa, la revisión de un relato de alcance universal, se sigue la historia de una familia judía de Europa oriental que emigra a los Estados Unidos después de sufrir desdichas sin número. La saga del justo sobre el que se abaten toda clase de penurias e infortunios es reciclada en esta historia trágica, en la que el pater familias, Mendel Singer, hombre piadoso y bueno, acaba rebelándose contra su Dios en una escena sobrecogedora. Es un moderno Job, sin duda, pero sus desdichas nunca serán infinitas. En una tierra que no es la suya, en medio de una sociedad norteamericana que no comprende, el protagonista encontrará la paz. Y así, como también sucede en otros libros del autor (recuérdese el maravilloso La leyenda del santo bebedor) un final sorprendente pone de manifiesto la misericordia divina.

Joseph Roth: Job, Barcelona, El acantilado, 2007.