jueves, 17 de octubre de 2013

Mario Vargas Llosa: El héroe discreto

Un pequeño empresario de la ciudad provinciana de Piura sufre la extorsión por parte de una sociedad mafiosa; a mil kilómetros de allí, en la capital, un multimillonario limeño planea una venganza contra sus dos hijos, un par de sinvergüenzas que amenazan con destruir la fortuna familiar. Estas dos historias discurren en paralelo y, como suele ocurrir en las novelas del autor, terminan por confluir de forma sorprendente.
Vargas Llosa las maneja con la desenvoltura profesional que le caracteriza y consigue una novela con héroes en clave menor, menos sórdida y más luminosa que en otras ocasiones. Esto no quiere decir, por supuesto, que no se reiteren temas y personajes obsesivamente frecuentes en su mundo literario. Vuelve el sargento Lituma, aunque no salgan las cuentas desde su primera aparición en La casa verde (1966). Vuelve don Rigoberto, el erotómano cultivado de Los cuadernos… (1997) y de Elogio de la madrastra (1988). Por la misma razón algunos temas recurrentes, como las fantasías eróticas, hacen su aparición, aunque no ocupen el primer plano.
Hay, sin embargo, una voluntad por centrarse más en las personas “decentes”, dentro de los cánones de una moral laica y burguesa, que en otros personajes perturbados o siniestros. Las grandes novelas de Vargas Llosa, como La fiesta del chivo o Conversación en la Catedral, han creado monstruos memorables, personajes malvados hasta límites diabólicos. Nada de esto se encontrará en su último libro, en donde los malos se comportan como simples monigotes y los héroes son, según reza el propio título de la novela, grises y discretos ciudadanos.
Vargas Llosa, en los últimos tiempos, parece interesarse por la revelación del mundo de la luz, más que por el de las tinieblas que fue el que le consagró. El sueño del celta era la fallida revisión histórica de un auténtico héroe que, sin embargo, tenía una vida oculta de pederasta. En cambio, Felícito Yananqué, el honrado empresario piurano, tiene debilidades más perdonables. Sobre todo destaca por su valentía frente a la extorsión y, seguramente, porque quiere mostrarse en él a un ejemplo del milagro económico peruano de los últimos años. El color local de Piura, ciudad amada por Vargas Llosa, y de los barrios elegantes de Lima son otros de los puntos fuertes de esta novela que, sin ser ni de lejos una obra maestra, se deja leer con agrado y se sitúa en un punto medio dentro de la prolífica y desigual trayectoria de su autor.

Mario Vargas Llosa: El héroe discreto, Madrid, Alfaguara, 2013. 

lunes, 17 de junio de 2013

Jesús Carrasco, Intemperie




Hay algo anacrónico en la historia de un niño que escapa del hogar, por una razón misteriosa, y que se enfrenta solo a una llanura sin límites hasta que encuentra la compañía de un viejo pastor de cabras. El inusitado éxito de este libro lleva a pensar que la literatura española vuelve a inspirarse en los relatos hambrientos de la posguerra. Pero no es así. Hay muchas razones para pensar en esta novela como una "rara avis" dentro de su propia tradición, la española. Para empezar, lo obvio, que sería situarla como un retorno a esa literatura del terruño, no explica por qué Intemperie ha tenido un éxito internacional antes que en la propia España. Esto nunca les pasó a nuestros narradores mesetarios: Delibes, Fernández Santos, el multipremiado Cela y tantos otros. Jesús Carrasco, a diferencia de sus aparentes maestros, elimina toda referencia concreta porque quiere dar a su historia un sentido universal. Hubiera sido demasiado evidente desviar la lectura hacia una visión de la Castilla o la Extremadura profundas en tiempos de Franco. Pero esta novela no ha hecho concesiones a la facilidad.
Muchos han señalado el nombre de Delibes. Sin embargo, el autor de El camino respira amor por el campo y sus personajes. Delibes nunca escribiría: "Guárdate de los hombres del pueblo". En Intemperie la llanura, con sus azotes de sol, sed y hambre, es una maldición bíblica. 
Por el contrario, la aventura de un niño y un hombre experimentado en medio de un mundo unánimemente hostil nos conduce al Cormac Mac Carthy de La carretera. El propio autor ha reconocido su deuda con este tipo de literatura norteamericana, incluso con el western. Y otra relación de parentesco, que no sé si ha dicho ya, es la que se puede encontrar con Juan Rulfo. Por un lado, se siente todo ese sentimiento de orfandad enmarcado en un páramo espantoso, las caminatas bajo un sol devorador y la nostalgia del agua que sólo aparece muy de vez en cuando. También está ese tono seco y poético que otorga el fraseo de oraciones sin verbo, el modo con que se juntan los sonidos, la misma música de las palabras. 
Dos aspectos más me llaman la atención de esta novela poderosa. Uno de ellos es el ritmo de la acción. Aunque se advierte un cuidado extremo en la elaboración de las imágenes, el narrador no se engolosina hasta el punto de que se le olvide contar una historia. Se disfruta de una trama muy bien llevada, con dos escenas terribles estratégicamente localizadas a la mitad y al final de la novela. 
La otra cuestión hace referencia a la simbología cristiana que da sentido al relato. Hay un buen número de indicios, pero me limitaré a a señalar sólo algunos. Repare el lector en la figura de Jesucristo que preside el castillo donde el muchacho encontrará refugio; piense en el pastor lector de la Biblia, o en el alguacil, que es asimilado con el mismo Satanás; recuerde, por último, los episodios de la flagelación de Jesucristo, o en el abrazo del padre en la parábola del hijo pródigo. Todo esto y mucho más, sumado a la frase final, lleva a pensar que estamos ante una novela que juega de forma ingeniosa y profunda con muchos textos, desde la novela norteamericana de carretera hasta el relato de la pasión de Jesucristo. De ahí que, en medio de las soledades de una España mitica, este relato trágico y doloroso encuentre al final un margen para la esperanza.

Jesús Carrasco: Intemperie, Barcelona, Seix Barral, 2013.

jueves, 7 de marzo de 2013

Tierra de fuego, de Adam Zagajewski


(Este lector se ha consentido un parón vacacional demasiado largo y ahora vuelve a incluir reseñas... aunque no sean mías, sino de mi hijo Santiago. Y aquí la cuelgo, justamente orgulloso, creo.)





Tierra de fuego, de Adam Zagajewski
Adam Zagajewski es uno de los poetas polacos contemporáneos más reconocidos internacionalmente, de la conocida generación del 68, en la que se encuentran grandes voces como Wislawa Szymborska, Czesław Miłosz, Zbigniew Herbert, Józef Czapski... Nació poco después de la Segunda Guerra Mundial, por lo que no sufrió los horrores de la guerra. Sin embargo, su familia fue expulsada de Lvov (actualmente Ucrania) y se trasladó a Gliwice.
En Tierra del fuego se perfilan una gran cantidad de escenarios: ciudades invernales, bosques, alguna playa, un autobús, un tren, un aeropuerto, la vista de Delf de Vermeer, las casas de Lvov o de Praga… La mirada del poeta se detiene en una gran variedad de lugares comunes, descubriendo en ellos atisbos de belleza, de verdades ocultas por dondequiera que pasa. Se desliza por todas y cada una de estas situaciones, sorprendiéndose como un viajero. Al igual que el turista, tiene el anhelo de entender algo en él que no comprende, pero que, sin embargo, le resulta familiar.
La única manera de saciar ese anhelo es la poesía, que puede captar esa realidad inaprehensible y misteriosa de la vida. El valor de la poesía reside en ese gran poder de actualizar una experiencia y comprenderla, pues como dice el primer poema, Concha:

Un poema es capaz de retener el eco
de la tormenta, como la concha que tocó Orfeo
al escapar. El tiempo arrebata la vida,
y devuelve la memoria, dorada por las llamas
y negra por las ascuas

El poema está por encima de la vida, del pasado, que rescata dorado por el recuerdo. Como una concha, conserva el eco de las olas del mar, que resuenan en el momento en el que se lee el poema, evocando la playa en la que una vez estuvo la concha. Pasado un tiempo, se comprende finalmente el sentido de aquellas situaciones, que solo pueden recogerse en una concha, y por tanto, solo pueden ser escuchadas en el mismo sitio.
La poesía se encuentra en un término medio entre el pasado y el futuro, pues “Lo que venga será invisible/y ligero./Lo que existe, vacila entre la ironía/y el temor./Lo que perdure será/azul como el ojo/de una guillotina”. El resultado, que no deja de pasar por la guillotina, es un azul claro como el iris.  El poeta tiene la certeza de que el futuro es inaprehensible y el presente se encuentra en un constante forcejeo entre ironía y temor (pues Zagajewski, aunque más veladamente, también utiliza esa ironía tan característica de poetas como Szymborska). Por eso, la poesía de Zagajewski es atemporal, abierta y libre:

Iba por una ciudad medieval,
por la tarde o al alba,
 era muy joven o bastante viejo.
No llevaba ningún reloj
ni calendario, sólo la terca sangre
que medía una eterna lejanía.
Podía volver a empezar
esta propia o impropia vida,
todo parecía sencillo,
las ventanas no cerraban del todo,
los destinos ajenos, entreabiertos.
En primavera o al comienzo del verano,
muros calientes,
un viento suave como la piel de una naranja,
era muy joven o bastante viejo,
podía escoger, podía vivir.

Es por ello que no pasa desapercibida una esperanza latente expresada por medio de imágenes de una increíble belleza. En Para M, por ejemplo:

Un día, el mar, oscuro, amenazaba,
sobre la superficie arrugada del agua
pasaban orquídeas de tormentas.

O en Lo que pasó:

Cuatro toneladas de muerte yacen en la hierba
y duran las lágrimas secas entre las hojas del herbolario.

La belleza contenida en estos versos produce un deslumbramiento ante una realidad superior. Ante esa belleza, el poeta quiere ver las claridades, chispas de belleza, a cada momento. Por eso, la tierra ardiente es uno de los temas fundamentales del libro. En el poema del mismo título, el poeta invoca a aquel que puede “ver nuestras casas por la noche y las finas paredes de nuestras conciencias” en una oración profunda:

Innombrable, invisible, silencioso,
libérame de la anestesia
llévame a la Tierra del Fuego,
llévame allí, donde los ríos
fluyen verticalmente, verticalmente fluyen
ríos horizontales.

Probablemente evocando al Infierno de  Dante, Zagajewski despierta la atención sobre el fuego, realidad ambigua, que está presente en todo el poemario, y refleja un aspecto particular de la existencia humana. Por una parte, el fuego despierta el alma que lo contempla, hace brillar chispazos poesía. Pero ese mismo elemento se encuentra prometido con la muerte, las cenizas, las ascuas, la oscuridad. En esa contradicción, reflejo de la condición humana, ahonda el poeta para descubrir el camino hacia la luz.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Christopher Morley: La librería ambulante

Me la recomendaron mucho y me la leí de un tirón. No quiero decir que sea una gran novela, ni siquiera muy buena. Quiero decir que me lo pasé bien y ya está. La contraportada dice que se trata de un mundo único y lleno de encanto, y no le falta razón. Se puede ser una persona encantadora y original, pero eso no equivale a ser un genio. En realidad uno conoce a mucha gente simpatiquísima con la que puede uno tomarse cinco cafés seguidos, aunque su conversación sea algo limitada. Y esto es lo que le sucede a la novela de Morley.
Algún lugar de Nueva Inglaterra a comienzos del siglo pasado. Roger Mifflin es un librero ambulante que se las ingenia para venderle su carromato lleno de libros a una granjera solterona. La historia la cuenta la misma granjera, robusta y sanota como recién salida de un dibujo de Norman Rockwell. El comienzo es realmente muy divertido, sobre todo por la ingenuidad yanqui de la protagonista y sus aventuras con el librero de la que inevitablemente se va a enamorar. Pero pronto la historia se vuelve previsible, las sucesivas aventuras se someten al mismo esquema y todo se termina resolviendo de la única manera que se le hubiera ocurrido a Frank Capra. En definitiva: un libro amable para quien ya ha visto cine clásico de Hollywood. Lo mejor es el planteamiento y alguna que otra reflexión interesante sobre el arte de la lectura. Como esta, por ejemplo:

Creo que leer un buen libro te hace modesto. Cuando uno logra ver con lucidez el interior de la naturaleza humana, cosa que te proporcionan los grandes libros, uno siente la necesidad de hacerse pequeño. Es como mirar la Osa Mayor en una noche clara o como ver el amanecer en invierno cuando uno va a recoger los huevos por la mañana. Y cualquier cosa que te haga sentirte pequeño es maravillosamente buena.

(Christopher Morley: La librería ambulante, Cáceres, Periférica, 2012).

martes, 18 de septiembre de 2012

Fred Vargas: Sin hogar ni lugar



Hoy en día toda buena novela policíaca no sólo debe entretener al lector con un caso ingenioso y atractivo, sino que se enfrenta a la tarea de retratar los males de un mundo en donde el crimen, el Mal con mayúscula, forma parte de la vida cotidiana. El éxito de muchos narradores del género reside, más que en proponer acertijos, en desnudar las lacras de una sociedad en crisis. Léanse, sin ir más lejos,  las novelas de Mankell y la Suecia contemporánea, pero también Vázquez Montalbán, Camillieri y, antes, Simenon, Hammett, etc. Fred Vargas es una competente novelista que ha hecho lo propio con la Francia actual, con sus enormes bolsas urbanas de descontentos y marginados que se arraciman en arrabales donde la violencia se ha hecho noticia conocida por todos. 
Seguramente el gran acierto de la autora está en presentar un equipo investigador formado por marginales, gentes que viven fuera del sistema pero que no se identifican necesariamente con el estereotipo de outsider aireado por los medios de comunicación o ciertos sectores bienpensantes. Es decir, los detectives no son, por ejemplo, mujeres, inmigrantes, negras y lesbianas, sino tres tipos estrafalarios cuya única pasión conocida es la lectura e investigación  históricas, lo cual les ha llevado, por distintos caminos, a la ruina económica y la soledad existencial. Los tres solterones viven juntos en un edificio semiabandonado, pero se han adjudicado cada uno de ellos un piso de acuerdo con sus preferencias cronológicas: el sótano es para el apasionado de la arqueología, la planta primera para el medievalista y el ático para el especialista en la Primera Guerra Mundial. Este singular grupo de detectives aficionados lo capitanea un policía retirado, conocido como “el Alemán” y cuya conducta es no menos extravagante.
Con este grupo de personajes es fácil suponer que la novela abunda en episodios disparatados, algunos francamente divertidos. Pero, además, la inteligencia de los protagonistas corre pareja con su falta de sentido práctico y un sentido quijotesco de las cosas que les lleva a iniciar una investigación que debe de exculpar a un retrasado mental como principal sospechoso de una serie de asesinatos. Vargas cuenta con agilidad y juega con el lector a través de varias pistas falsas, dos bazas importantes del género policial, y todo esto lo adoba con un lenguaje irónico, a veces duro y desgarrado. El resultado final es una novela  convincente y entretenida.

(Fred Vargas: Sin hogar ni lugar, Madrid, Siruela, 2007). 

jueves, 6 de septiembre de 2012

Sally Salminen: Kathrina



Al leer hoy la historia de Katrina, publicada en 1936 y ambientada entre 1870 y 1920, podemos caer en la tentación de pensar que su vida nada tiene que ver con la nuestra o, al menos, con la de quienes vivimos en el primer mundo. Sin embargo, aún hay, en los países en vías de desarrollo, millones de mujeres que luchan para sacar delante a sus familias con la misma escasez de medios e idéntica tenacidad. Por eso, cuando se recuerda que el exceso de todo lo necesario se vivió también en el mundo desarrollado, y que muchas familias vuelven a ver de cerca la escasez, empieza a pensarse que tal vez uno de los mensajes que transmite esta novela finlandesa sea muy actual. El recio carácter de Katrina tiene todavía mucho que decir. Su fortaleza ante la adversidad y su falta de autocompasión son un desafío al que se nos convoca en este remoto relato que transcurre en una isla del sur de Finlandia hace ya un siglo.
La protagonista comete un error de juventud: no acepta a ningún pretendiente de su aldea y se casa con el primer extranjero que aparece por allí bajo la promesa de que, en su tierra, los manzanos crecen por doquier. Pero cuando se da cuenta de su ligereza, de que ha vendido su reino por unos manzanos, no mira atrás… Incluso consigue enamorarse de un esposo fanfarrón y sin fundamento, un hombre de buenos sentimientos pero que no vale como compañero, ni como padre.
Tal vez la novela peca a veces de algo esquemática en su desarrollo. Pero contiene, aparte de sus valores humanos, muchos episodios de una gran fuerza emotiva. La protagonista, por ejemplo, acaba plantando un manzano por cada uno de sus hijos y por su marido. Esos manzanos con los que soñaba de joven. Y de pronto intuye cuándo ha muerto uno de sus hijos porque el manzano que llevaba su nombre es derribado una noche por una fuerte tormenta. Sin embargo, su vida nunca se rompe. Cuando nos den ganas de arrugarnos por un quítame allá esas pajas, cuando nos enroquemos por tal o cual falta de satisfacción personal, quizás la historia de Katrina  pueda servir de ayuda.

Sally Salminen: Katrina, trad. de Francisco Torres Ferrer y L. Vegas López, Madrid, Palabra, 2012, 526 págs

miércoles, 13 de junio de 2012

Claudia Piñeiro: Betibú



 Un conocido hombre de negocios aparece degollado en su domicilio. Su criada ha encontrado el cadáver. Un periodista joven, que se deja ayudar por otro viejo y experto, comienza a investigar. Pronto van a sucederse otras muertes misteriosas… Todos hemos leído cientos de novelas o visto miles de películas con estos ingredientes. La última novela de Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) es un patchwork de estereotipos de la novela policial y de suspense. El mismo espacio en el que la autora vuelca su historia–un exclusivo country club a las afueras de Buenos Aires-, ya lo ha tratado en su novela más famosa, Las viudas de los jueves. Sin embargo, Betibú se deja leer muy bien, nunca da la impresión de caer en la vulgaridad. ¿Por qué? Posiblemente se deba a dos motivos: uno, está bien escrita, siempre con ese tono neutro a lo Vargas Llosa o Manuel Puig; dos, consigue mostrar un personaje alrededor del cual va enhebrando toda la acción.
Ese personaje es Nurit Iscar, conocida por algunos como Betibú, por su parecido con Bety Boop, la heroína de cómic. Betibú es una mujer de mediana edad, ex periodista, ex escritora, inteligente, agnóstica, divorciada y con una vida sentimental a la deriva. El periódico para el que trabajó le pide que redacte una crónica diaria desde el country club donde se ha producido el crimen. Enseguida sus pesquisas hacen que trabaje en equipo improvisado con los dos periodistas que también están cubriendo el suceso. Lo más valioso no está, quizás, en el modo con que se va hilando la trama, ni en el hecho de que la protagonista sea una mujer decidida (a estas alturas otro tópico de la novela policial de hoy) sino en cómo vamos descubriendo a la protagonista, sus dudas y contradicciones, las relaciones con sus hijos, las amigas que la rodean y forman con ella casi otra familia. Nuria, es decir, Betibú, es hija de una sociedad burguesa y posmoderna que existe en Buenos Aires igual que en Madrid, Londres o París, todo esto sin que ella pierda su inconfundible argentinidad. Sus lazos afectivos tienen que recomponerse continuamente al ritmo que la vida le va imponiendo. Son reales la crudeza o el desenfado con que encara ciertas situaciones o las dificultades que atraviesa para intenta comprenderse. Otros personajes resultan también un acierto, particularmente el “pibe de policiales” (nunca se conoce su nombre), siempre colgado de su blackberry. El mundo de internet está reclamando su sitio en la literatura.
En definitiva, Piñeiro vuelve a ofrecer otro producto comercial, pero de calidad.

Claudia Piñeiro: Betibú, Madrid, Alfaguara, 2011, 354 págs., 18, 5 euros.