La fábula del rey desnudo conviene, de una vez por todas, a la literatura del añorado autor de Un mundo para Julius. De momento todavía se sigue esperando una novedad que lleva décadas sin llegar: todos sus libros tienen la misma impronta, con mayores caídas si cabe. ¿Seguirá siempre por este mismo camino? Lo único seguro es que esta novela, como las otras anteriores, no ha sido un plagio de otros autores: Bryce se plagia a sí mismo, interminablemente.
El argumento tiene el sello típico de los libros publicados por Bryce desde hace más de un cuarto de siglo. Un rico abogado limeño llega a Barcelona dispuesto a comprar una casa en donde vivir un retiro dorado tras décadas de trabajo fructífero. La adquisición parece fácil, pero todo empieza a fallar cuando encomienda la reforma de la vivienda a un arquitecto sin título, un tal Pancho Marambio. Al darse cuenta de que ha sido víctima de un chapucero, se da a la bebida. Normalmente suele haber motivos más fuertes para convertirse en borrachín, pero da igual. El protagonista entra en un proceso de autodestrucción de la que sólo sale al final sin que se sepa muy bien por qué. La novela no lo aclara, aunque también es cierto que antes ha dejado muchos cabos sueltos. No se sabe la razón de que el amigo “bueno” de Buenaventura (así se llama el nuevo antihéroe de Bryce) le haya recomendado al tal Pancho Marambio y, diez páginas más tarde, le diga que tenga cuidado con él. Tampoco se entiende por qué a mitad del libro llega su novia de juventud de no se sabe dónde, que luego se separen y que, por último, ella lo espere a la salida de la clínica de desintoxicación. Pero la mayor de las lagunas la compone el personaje principal, él mismo convertido en un mar de inexactitudes: al parecer, no tomado alcohol en toda su vida y, por culpa de un disgusto inmobiliario, se convierte en alcohólico irredimible (es que uno no se puede fiar de los gremios). En el libro se insiste en que hay un elemento genético, hereditario, pero no estoy seguro de que, después de cincuenta y tantos años de vida intachable, esto sea del todo verosímil. ¿De verdad que antes no había probado ni una gotita? Por cierto, tampoco sabemos de dónde ha sacado una fortuna tal nuestro amigo abogado ni por qué se habla tanto de su fuerte personalidad. Vale: por un momento, vamos a creernos que la traición de un amigo de quinta fila como Pancho lo conduce a un suicidio en vida. Pero lo increíble es que no haya probado la bebida antes, con la cantidad de problemas que padece una persona normal en medio siglo de existencia.
Una vez más hay que lamentar el progresivo deterioro de calidad de la producción literaria de Bryce Echenique. No sólo repite con autocomplacencia el mismo tipo de protagonista (a saber, varón culto, bondadoso, viajero, alcohólico, mujeriego y patético), sino que su prosa presenta síntomas de un nulo vuelo imaginativo. No hay un mínimo trabajo descriptivo y se desaprovechan situaciones como las que podría crear el personaje de Pancho, un pícaro casi fantasmal dado el poco juego que se le saca. El estilo se ha vuelto gramaticalmente incorrecto en demasiadas ocasiones y el autor incurre en comentarios de principiante: “El Callao, el puerto de la ciudad de Lima” dice en una ocasión. Es como si en la edición peruana se hubiera declarado que la Ciudad Condal es mejor conocida como Barcelona. Para qué seguir. En teoría el autor ha tratado de escribir un descenso a los infiernos, pero no llega a tanto: es el borrador de la bajada al purgatorio.
Alfredo Bryce Echenique: Las infames obras de Pancho Marambio, Barcelona, Planeta, 2007.
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