En el momento de su aparición, durante los tiempos más intensos de la Guerra Fría, esta novela causó una profunda impresión en Europa occidental. Su autor, un exiliado rumano residente en Francia, aseguraba haberse basado en su propia vida de prisionero en los campos de concentración.
Estamos en 1940. El protagonista es Johann Moritz, un campesino rumano que, de pronto, se ve acusado falsamente de ser judío. El gobierno filofascista lo manda a un campo de trabajo, del que se escapa al cabo de unos meses. Pasa a Hungría, donde de nuevo es detenido, encerrado y torturado. Vuelve a huir, pero, a partir de aquí, es victima de una sucesión de ascensos y caídas, puestas en libertad y detenciones incomprensibles (para él, hombre sencillo e ingenuo). Sus peripecias vitales por la Europa de la Segunda Guerra Mundial le ponen a prueba a él, y a todos sus allegados: sus padres, campesinos humildes; su esposa Suzanna, ejemplo de mujer dulce y fiel; el padre Koruga, su director spiritual; o Traian, su amigo íntimo, el intelectual que traduce las ideas subyacentes en el libro.
La hora veinticinco es una poderosa novela de tesis que alerta de forma visionaria contra la disolución de un modo de vida humanista y religioso en el siglo de la modernidad. El fascismo, el comunismo y el capitalismo serían ideologías enfrentadas pero que compartirían el mismo menosprecio por el individuo, reducido a mero número estadístico para la demostración de teorías raciales, marxistas o mercantilistas.
Leída con la perspectiva de hoy, tal vez las tesis proféticas de Georghiu han perdido vigencia. Pensar, por ejemplo, que la salvación de Europa estará en el espiritualismo oriental, como se afirma en repetidas ocasiones, contrasta con la realidad actual de la China neocapitalista. Y, sobre todo, aunque no son erradas las críticas de Georghiu al maquinismo deshumanizador, tal vez hoy en día el problema moral al que se enfrenta la civilización occidental no está en las ideologías que menosprecian el valor de la persona singular, sino, más bien, en una mentalidad liberal a ultranza sostenida por el único principio del placer individual.
Sin embargo, como novela en sí misma, La hora veinticinco posee una fuerza trágica extraordinaria. Conforme avanza la historia, el lector asiste a una espiral siniestra de la que los personajes no pueden salir. Una atmósfera progresivamente kafkiana lo impregna todo, con la diferencia de que Georghiu no habla mediante símbolos como el autor de El proceso. Su historia es irresistiblemente concreta y su mensaje, aun siendo durísimo, está empapado de la fe cristiana. “Estamos subiendo el Gólgota a toda velocidad”, dice Traian, el álter ego del autor. Ciertamente a La hora veinticinco se le pueden seguir poniendo reparos, también desde el punto de vista literario: por ejemplo, quizás hay demasiadas casualidades en esa cascada de azares y desgracias que, al ser tantas, acaban por ser previsibles. Sin embargo, la fuerza de la historia es tal que, pese a las limitaciones señaladas, su lectura continúa siendo conmovedora y ejemplar.
C.V. Georghiu: La hora 25, Madrid, El buey mudo, 2010.
Publicado en Aceprensa
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