Galardonada con el último Premio Herralde, Tres ataúdes blancos cuenta la vertiginosa historia de un tipo antisocial, un “friki” aficionado al alcohol y a tocar el contrabajo, cuya vida solitaria se trastoca cuando el candidato a la presidencia de su país muere en un atentado terrorista. El parecido asombroso con el asesinado lleva a sus colaboradores a pedir -a obligar, más bien-. al protagonista a que haga el papel de la víctima. La muerte del candidato será ocultada mientras dure el proceso electoral.
A pesar de que el planteamiento no sea demasiado original, la novela arranca de forma brillante. El autor maneja con soltura registros y escenas. Al principio su relato deslumbra por varios motivos: la ingeniosa combinación de humor y tragedia, la rapidez con que se suceden los hechos o la descripción del ambiente desvencijado que rodea al personaje. Luego la tensión va desmayando y remontando a cada rato. Pasada la mitad, sobran, quizá, páginas que vuelven una y otra vez a los mismos temas. En cambio, quedan algunos cabos sueltos del enredo argumental. Tal vez por eso, de forma consciente, en la conclusión, construida sobre las cartas que la novia del protagonista escribe a su amado desde el exilio, se sugiere que faltan detalles para comprender toda la historia. En cualquier caso, como thriller clásico la novela no está completamente resuelta, aunque tenga momentos muy estimables.
Como era de prever si uno ha visto películas o leído historias similares, el actor va asumiendo la máscara de su personaje hasta que se convierte en un peligro para aquellos que habían puesto en funcionamiento la impostura. El candidato era, al parecer, un hombre íntegro dispuesto a barrer la corrupción que asolaba la república imaginaria en donde se sitúa la acción. Por eso el protagonista irá dejando su egoísmo y abriéndose a una nueva personalidad mucho más atractiva. Otras aventuras suyas siguen el mismo guión previsible:la enfermera que lo cuida se convierte en su amante. El final desencantado ante un sistema al parecer invencible tiene muchos ecos de las clásicas novelas de dictador, empezando por El señor presidente de Miguel Ángel Asturias.
A pesar de que la acción se ubica en un país sudamericano inventado, la república de Miranda, la mayor parte de las referencias apuntan a la Colombia natal de su autor. El barrio de la Esmeralda donde vive el protagonista, por ejemplo, se parece mucho a la Candelaria bogotana, y el ridículo presidente Del Pito recuerda por su apostura física a Álvaro Uribe. Son claves que están detrás de esta novela que falla como thriller, acaso porque es, sobre todo, una sátira de la política colombiana y, por extensión, latinoamericana.
Antonio Ungar: Tres ataúdes blancos, Barcelona, Anagrama, 2010,284 págs.
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