Me la recomendaron mucho y me la leí de un tirón. No quiero decir que sea una gran novela, ni siquiera muy buena. Quiero decir que me lo pasé bien y ya está. La contraportada dice que se trata de un mundo único y lleno de encanto, y no le falta razón. Se puede ser una persona encantadora y original, pero eso no equivale a ser un genio. En realidad uno conoce a mucha gente simpatiquísima con la que puede uno tomarse cinco cafés seguidos, aunque su conversación sea algo limitada. Y esto es lo que le sucede a la novela de Morley.
Algún lugar de Nueva Inglaterra a comienzos del siglo pasado. Roger Mifflin es un librero ambulante que se las ingenia para venderle su carromato lleno de libros a una granjera solterona. La historia la cuenta la misma granjera, robusta y sanota como recién salida de un dibujo de Norman Rockwell. El comienzo es realmente muy divertido, sobre todo por la ingenuidad yanqui de la protagonista y sus aventuras con el librero de la que inevitablemente se va a enamorar. Pero pronto la historia se vuelve previsible, las sucesivas aventuras se someten al mismo esquema y todo se termina resolviendo de la única manera que se le hubiera ocurrido a Frank Capra. En definitiva: un libro amable para quien ya ha visto cine clásico de Hollywood. Lo mejor es el planteamiento y alguna que otra reflexión interesante sobre el arte de la lectura. Como esta, por ejemplo:
Creo que leer un buen libro te hace modesto. Cuando uno logra ver con lucidez el interior de la naturaleza humana, cosa que te proporcionan los grandes libros, uno siente la necesidad de hacerse pequeño. Es como mirar la Osa Mayor en una noche clara o como ver el amanecer en invierno cuando uno va a recoger los huevos por la mañana. Y cualquier cosa que te haga sentirte pequeño es maravillosamente buena.
(Christopher Morley: La librería ambulante, Cáceres, Periférica, 2012).
lunes, 24 de septiembre de 2012
martes, 18 de septiembre de 2012
Fred Vargas: Sin hogar ni lugar
Hoy en día toda buena novela policíaca no sólo debe
entretener al lector con un caso ingenioso y atractivo, sino que se enfrenta a
la tarea de retratar los males de un mundo en donde el crimen, el Mal con mayúscula,
forma parte de la vida cotidiana. El éxito de muchos narradores del género
reside, más que en proponer acertijos, en desnudar las lacras de una sociedad
en crisis. Léanse, sin ir más lejos, las
novelas de Mankell y la Suecia
contemporánea, pero también Vázquez Montalbán, Camillieri y, antes, Simenon,
Hammett, etc. Fred Vargas es una competente novelista que ha hecho lo
propio con la Francia actual, con sus enormes bolsas urbanas de descontentos y
marginados que se arraciman en arrabales donde la violencia se ha hecho noticia
conocida por todos.
Seguramente el gran acierto de la autora está en presentar
un equipo investigador formado por marginales, gentes que viven fuera del
sistema pero que no se identifican necesariamente con el estereotipo de outsider aireado por los medios de
comunicación o ciertos sectores bienpensantes. Es decir, los detectives no son,
por ejemplo, mujeres, inmigrantes, negras y lesbianas, sino tres tipos
estrafalarios cuya única pasión conocida es la lectura e investigación históricas, lo cual les ha llevado, por
distintos caminos, a la ruina económica y la soledad existencial. Los tres
solterones viven juntos en un edificio semiabandonado, pero se han adjudicado
cada uno de ellos un piso de acuerdo con sus preferencias cronológicas: el
sótano es para el apasionado de la arqueología, la planta primera para el
medievalista y el ático para el especialista en la Primera Guerra Mundial. Este
singular grupo de detectives aficionados lo capitanea un policía retirado,
conocido como “el Alemán” y cuya conducta es no menos extravagante.
Con este grupo de personajes es fácil suponer que la novela
abunda en episodios disparatados, algunos francamente divertidos. Pero, además,
la inteligencia de los protagonistas corre pareja con su falta de sentido
práctico y un sentido quijotesco de las cosas que les lleva a iniciar una
investigación que debe de exculpar a un retrasado mental como principal
sospechoso de una serie de asesinatos. Vargas cuenta con agilidad y juega con
el lector a través de varias pistas falsas, dos bazas importantes del género
policial, y todo esto lo adoba con un lenguaje irónico, a veces duro y
desgarrado. El resultado final es una novela convincente y entretenida.
(Fred Vargas: Sin hogar
ni lugar, Madrid, Siruela, 2007).
jueves, 6 de septiembre de 2012
Sally Salminen: Kathrina
Al leer hoy la
historia de Katrina, publicada en
1936 y ambientada entre 1870 y 1920, podemos caer en la tentación de pensar que
su vida nada tiene que ver con la nuestra o, al menos, con la de quienes
vivimos en el primer mundo. Sin embargo, aún hay, en los países en vías de
desarrollo, millones de mujeres que luchan para sacar delante a sus familias
con la misma escasez de medios e idéntica tenacidad. Por eso, cuando se
recuerda que el exceso de todo lo necesario se vivió también en el mundo
desarrollado, y que muchas familias vuelven a ver de cerca la escasez, empieza
a pensarse que tal vez uno de los mensajes que transmite esta novela finlandesa
sea muy actual. El recio carácter de Katrina tiene todavía mucho que decir. Su
fortaleza ante la adversidad y su falta de autocompasión son un desafío al que
se nos convoca en este remoto relato que transcurre en una isla del sur de
Finlandia hace ya un siglo.
La protagonista
comete un error de juventud: no acepta a ningún pretendiente de su aldea y se
casa con el primer extranjero que aparece por allí bajo la promesa de que, en
su tierra, los manzanos crecen por doquier. Pero cuando se da cuenta de su ligereza,
de que ha vendido su reino por unos manzanos, no mira atrás… Incluso consigue
enamorarse de un esposo fanfarrón y sin fundamento, un hombre de buenos
sentimientos pero que no vale como compañero, ni como padre.
Tal vez la
novela peca a veces de algo esquemática en su desarrollo. Pero contiene, aparte de sus valores
humanos, muchos episodios de una gran fuerza emotiva. La protagonista, por
ejemplo, acaba plantando un manzano por cada uno de sus hijos y por su marido. Esos
manzanos con los que soñaba de joven. Y de pronto intuye cuándo ha muerto uno
de sus hijos porque el manzano que llevaba su nombre es derribado una noche por
una fuerte tormenta. Sin embargo, su vida nunca se rompe. Cuando nos den ganas
de arrugarnos por un quítame allá esas pajas, cuando nos enroquemos por tal o
cual falta de satisfacción personal, quizás la historia de Katrina pueda servir de ayuda.
Sally Salminen: Katrina, trad. de Francisco Torres Ferrer y L. Vegas López, Madrid, Palabra, 2012, 526 págs
miércoles, 13 de junio de 2012
Claudia Piñeiro: Betibú
Un conocido hombre de negocios
aparece degollado en su domicilio. Su criada ha encontrado el cadáver. Un
periodista joven, que se deja ayudar por otro viejo y experto, comienza a investigar.
Pronto van a sucederse otras muertes misteriosas… Todos hemos leído cientos de
novelas o visto miles de películas con estos ingredientes. La última novela de
Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) es un patchwork
de estereotipos de la novela policial y de suspense. El mismo espacio en el que
la autora vuelca su historia–un exclusivo country club a las afueras de Buenos
Aires-, ya lo ha tratado en su novela más famosa, Las viudas de los jueves. Sin embargo, Betibú se deja leer muy bien, nunca da la impresión de caer en la
vulgaridad. ¿Por qué? Posiblemente se deba a dos motivos: uno, está bien
escrita, siempre con ese tono neutro a lo Vargas Llosa o Manuel Puig; dos,
consigue mostrar un personaje alrededor del cual va enhebrando toda la acción.
Ese personaje es Nurit Iscar,
conocida por algunos como Betibú, por su parecido con Bety Boop, la heroína de
cómic. Betibú es una mujer de mediana edad, ex periodista, ex escritora,
inteligente, agnóstica, divorciada y con una vida sentimental a la deriva. El periódico
para el que trabajó le pide que redacte una crónica diaria desde el country
club donde se ha producido el crimen. Enseguida sus pesquisas hacen que trabaje
en equipo improvisado con los dos periodistas que también están cubriendo el
suceso. Lo más valioso no está, quizás, en el modo con que se va hilando la
trama, ni en el hecho de que la protagonista sea una mujer decidida (a estas
alturas otro tópico de la novela policial de hoy) sino en cómo vamos
descubriendo a la protagonista, sus dudas y contradicciones, las relaciones con
sus hijos, las amigas que la rodean y forman con ella casi otra familia. Nuria,
es decir, Betibú, es hija de una sociedad burguesa y posmoderna que existe en
Buenos Aires igual que en Madrid, Londres o París, todo esto sin que ella
pierda su inconfundible argentinidad. Sus lazos afectivos tienen que
recomponerse continuamente al ritmo que la vida le va imponiendo. Son reales la
crudeza o el desenfado con que encara ciertas situaciones o las dificultades
que atraviesa para intenta comprenderse. Otros personajes resultan también un
acierto, particularmente el “pibe de policiales” (nunca se conoce su nombre),
siempre colgado de su blackberry. El mundo de internet está reclamando su sitio
en la literatura.
En definitiva, Piñeiro vuelve a
ofrecer otro producto comercial, pero de calidad.
Claudia Piñeiro: Betibú,
Madrid, Alfaguara, 2011, 354 págs., 18, 5 euros.
miércoles, 30 de mayo de 2012
Aquilino Duque: Memoria y ficción en las letras españolas de trasguerra
De un tiempo para acá viene
reclamándose que se reescriba la historia literaria de España después de la
Guerra Civil. No todo pudo ser un “páramo cultural”: ni se fueron todos los
escritores al exilio, ni los jóvenes partían de la nada absoluta por muy duros
que fueran el aislamiento internacional y la censura franquista. Ciertamente
una de las dos España dejó de contar por unas décadas, pero eso no quiere decir
que la otra estuviera integrada exclusivamente por bárbaros ignorantes.
No obstante, todavía quedan
muchos mitos y prejuicios que demoler hasta llegar a una visión menos parcial
de lo que fueron las cosas en el ámbito cultural. Este nuevo ensayo de Aquilino
Duque pretende reivindicar la obra de siete notables figuras de esa orilla
católica y conservadora hoy marginada por la mayoría de los manuales e
historias al uso.
En el prólogo el autor renuncia a
darle un capítulo a Cela, en parte porque –según él- no lo necesita, en parte
porque –me parece- nuestro Nobel se sale del aire de familia que tienen los
autores tratados: José María Pemán, Rafael Sánchez Mazas, Wenceslao Fernández
Florez, Ramón Gómez de la Sena, los hermanos Villalonga y Vicente Risco. El
naturalismo tremendista de Cela está muy lejos de cualquiera de ellos. Pero
esto no quiere decir que la estatura literaria de cualquier miembro de esta
serie no sea de consideración. El bosque
animado es la mejor novela del siglo XX, según afirma Aquilino Duque y tal
vez no le falte razón. Las semblanzas de otras obras hoy preteridas (Rosa Krüger, Miss Giacomini o La puerta de
paja) invitan al lector a buscarlas y disfrutar de un pasado literario
injustamente desconocido.
El elogio más discreto que se puede dar del estilo de Aquilino Duque es
su brillantez. Con una gracia y una desenvoltura amenísimas el libro va
repasando hechos y textos, al mismo tiempo que reclama con tono desafiante una
relectura menos tópica de nuestro pasado. Así, se nos recuerda que el exilio,
por ejemplo, no produjo novelas de la talla de La familia de Pascual Duarte o El
bosque animado; o que los problemas y malas interpretaciones políticas
podían darse también en el seno del régimen; o que la posibilidad de una novela
“católica” en España no era asimilable a la que se dio en Francia o Inglaterra,
donde el cristianismo intelectual era minoritario y problemático. Las anécdotas
suceden a las interpretaciones, porque este no es un libro académico sino un
ensayo personal en el que el autor, novelista y poeta al fin, interrumpe su
discurso para gastar una broma, se enfada con las opiniones políticamente
correctas y, sobre todo, dialoga con sus colegas y maestros, algunos de los
cuales conoció de cerca.
Aquilino Duque: Memoria
y ficción en las letras españolas de trasguerra, Madrid. CEU San Pablo,
2012, 95 págs.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Elena Garro: Los recuerdos del porvenir
La edición española de esta gran novela mexicana colma una
laguna entre nuestros lectores que hacía falta rellenar. Los recuerdos del porvenir (1963) se editó cuatro años antes que Cien años de soledad. No es casual esta
precedencia: Muchas de las situaciones y personajes de Los recuerdos del porvenir pueden recordar al mejor García Márquez
sin el peligro de recordar mejor a García Márquez (como ocurre con
Isabel Allende). El estilo de Elena Garro (1920-1998), elegante, lírico,
sugerente, tiene personalidad.
La revolución de los cristeros –en los años veinte del
pasado siglo-, es el momento histórico elegido para situar la acción. La novela
da cuenta de las brutales represiones del gobierno contra los católicos en un
pueblo del interior Ixtepec. Sin embargo, no estamos ante un panfleto de denuncia ni siquiera de una
novela de acción. Como el título indica, el libro es una reflexión sobre el paso
del tiempo. Ixtepec es la cifra y el resumen de toda una sociedad, al igual que
el Macondo de García Márquez. Y como cualquier espacio mítico, el transcurrir
de los días no se cuenta de manera normal. El destino marca las vidas de los
quienes habitan en este mundo aislado y reducido, de tal forma que no son
capaces de salir de él.
Quizá por todo esto los personajes viven dominados por un
fatalismo casi mágico, sin que sepamos muy bien por qué. Están todos marcados
por los recuerdos de un pasado que los determina en adelante. En lugares así,
no es extraño que sucedan hechos maravillosos o extraordinarios. Elena Garro
anticipó con esta novela, obra maestra de la literatura mexicana, lo que luego
vendría a conocerse mundialmente como realismo
mágico.
Elena Garro: Los
recuerdos del porvenir, Madrid, 451, 2011.
viernes, 6 de abril de 2012
Stefan Zweig: Mendel el de los libros
Este pequeño y precioso libro se concentra en la mínima historia de un librero judío durante la Viena de la Gran Guerra. Jakob Mendel tiene una retentiva casi tan extraordinaria como la de Funes el memorioso pero, a diferencia del personaje borgiano, su capacidad no es una desgracia, sino un don del cielo. Amurallado frente a la realidad por sus queridos libros, pasa treinta años trabajando en una mesita del café Gluck. Sin embargo, una casualidad absurda termina con su encierro, cuando sea acusado injustamente de espionaje durante la guerra.
En 1929 Zweig imagina una fábula sobre la progresiva destrucción de un mundo, el del humanismo, encarnado en un pobre hombre enamorado de la cultura. La aniquilación de la memoria, del hombre y de sus libros, quizá fue un tema que atrajo al judío Zweig. Y toda la historia parece converger en esta redonda frase final que parece rebelarse contra las enseñanzas del Eclesiastés:
"Los libros sólo se escriben, para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido."
Stefan Zweig: Mendel el de los libros, Barcelona, Acantilado, 2009 (trad. Berta Vias Mahou)
En 1929 Zweig imagina una fábula sobre la progresiva destrucción de un mundo, el del humanismo, encarnado en un pobre hombre enamorado de la cultura. La aniquilación de la memoria, del hombre y de sus libros, quizá fue un tema que atrajo al judío Zweig. Y toda la historia parece converger en esta redonda frase final que parece rebelarse contra las enseñanzas del Eclesiastés:
"Los libros sólo se escriben, para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido."
Stefan Zweig: Mendel el de los libros, Barcelona, Acantilado, 2009 (trad. Berta Vias Mahou)
viernes, 16 de marzo de 2012
Eduardo Halfón: Mañana nunca lo hablamos
Los recuerdos de infancia de un muchacho centroamericano
de los años setenta pueden resultarnos más o menos lejanos, de acuerdo con la
curiosidad de cada quien. Sin embargo, este libro del guatemalteco Eduardo Halfón
(Ciudad de Guatemala, 1971) tiene la suficiente calidad como para atraer la
atención de cualquier buen lector. Son diez episodios de la vida del escritor,
nacido en una familia acomodada de origen judío. El gran terremoto de 1976, la
experiencia de un tumor cerebral o unas sesione adivinatorias con los restos de
un café, son algunas de las vivencias que el autor invoca con rara expresividad
y estilo contenido. Más allá del estrecho círculo de la infancia, de la burbuja
idílica de amigos y familiares, hay un mundo de miseria y prejuicios que el
niño narrador apenas intuye, pero que poco a poco se va desvelando. El modo con
que se divisa esa frontera impuesta por los adultos –eso de lo que nunca se
habla-, es el hilo común que engarza todos los capítulos del libro.
¿Memorias de infancia o volumen de cuentos? Al lector
común esta cuestión le importará relativamente poco. Lo que de verdad interesa
es señalar la alta calidad de su escritura .
Eduardo Halfón: Mañana nunca lo hablamos, Valencia, Pre-textos, 2011.
(publicado en Nuestro tiempo, enero-febrero 2012)
lunes, 27 de febrero de 2012
Clara Obligado: El libro de los viajes equivocados
El viaje como metáfora del paso del ser humano por la tierra: este es el primer hilo que nos conduce de un cuento a otro por un recorrido tan variado como imaginativo. Clara Obligado, escritora de frontera entre España y Argentina, ha escrito un libro sobre el azar, la fugacidad y el desasosiego; libro surcado por toda clase de itinerarios: peregrinaciones de seres humanos o de animales prehistóricos, traslados libres o forzosos en trenes sin destino preciso, desplazamientos en taxis urbanos, travesías de emigrantes, caminatas por la playa, y ese viaje final para todos nosotros que es la muerte. No concede respiro al lector tanto movimiento: la indefensión de los personajes ante una realidad tan ligera es la misma que se puede sentir ante un suelo que tiembla bajo nuestros pies.
El otro hilo con el que podemos comprender el dibujo complejo de este libro es el de la espiral. Como la autora indica en unas palabras preliminares y en el caligrama con que se cierra el volumen, la forma de la espiral representa la sofisticada arquitectura que entrelaza todas las historias. Una unidad secreta se descubre en las repeticiones de escenas, palabras, imágenes, personajes a lo largo del relato. Esa chica pelirroja que se va en el tren con el que comienza "El silencio", puede (o no) ser la protagonista de "Albania"; aquellos viejos que la pareja de Madison ve en Buenos Aires son los emigrantes polacos de otro cuento; la estación de tren de Angulema, una playa de Normandía, el mamut ahogado en Siberia, una misteriosa muchacha llamada Lyuba, son otras tantas presencias que aparecen y desaparecen en cuentos en apariencia muy distintos entre sí.
¿Qué hay detrás de tanta variedad de escenas y personajes? ¿Sólo un juego ingenioso de ecos y circularidades? Me parece que no. En la primera página vemos a Lyuba tumbada al sol en la playa. Una caracola le pincha en la espalda. Líneas más abajo la cámara enfoca su ombligo. Con estas dos imágenes se nos señalan muchas cosas: la estructura del libro, por supuesto, que discurre como la forma de la caracola y el ombligo. Pero también el aspecto circular y repetitivo del tiempo; y aún más, ese carácter central, de omphalos, del ombligo femenino, origen simbólico de la vida. ¿La Mujer como centro del mundo? Pues quizá...
¿Qué hay detrás de tanta variedad de escenas y personajes? ¿Sólo un juego ingenioso de ecos y circularidades? Me parece que no. En la primera página vemos a Lyuba tumbada al sol en la playa. Una caracola le pincha en la espalda. Líneas más abajo la cámara enfoca su ombligo. Con estas dos imágenes se nos señalan muchas cosas: la estructura del libro, por supuesto, que discurre como la forma de la caracola y el ombligo. Pero también el aspecto circular y repetitivo del tiempo; y aún más, ese carácter central, de omphalos, del ombligo femenino, origen simbólico de la vida. ¿La Mujer como centro del mundo? Pues quizá...
Clara Obligado: El libro de los viajes equivocados, Madrid, Páginas de espuma, 2011.
viernes, 20 de enero de 2012
Edmund Crispin: La juguetería errante
Pocas novelas tan divertidas y, al mismo tiempo, tan literariamente artificiales como La juguetería errante. He de reconocer que me lo he pasado muy bien leyéndola.Todo aquí es muy british: el ambiente oxoniense, el humor absurdísimo, la investigación concebida como un pasatiempo y esos estudiantes que paladean un madeira mientras hacen observaciones cínicas sobre el equipo de remo de la Facultad. La pareja protagonista no puede ser menos inverosímil: un poeta muerto de hambre y un profesor de literatura medio chiflado. Entre los dos llevan a cabo la investigación en medio de un Oxford de los años treinta, en donde una serie de coincidencias imposibles los va llevando a la resolución final del enigma. A diferencia de la mayor parte de las novelas policiales, incluso las de tradición inglesa a las que se adhiere Crispin, aquí nada se toma en serio. Ni siquiera el mismo caso. Los diálogos de los dos detectives aficionados, Cadogan y Fen, son demasiado absurdos. Como muestra este botón: a los dos los acaban de golpear unos individuos y los han atado de pies y manos. Entonces, para matar el tiempo, recurren al siguiente pasatiempo:
Vamos a jugar a los Libros Infumables -sugirió Fen.
-Vale. El Ulises.
-Vale. Todo Rabelais.
-Vale. El Tristram Shandy.
-Vale. La copa dorada.
-Vale. Rasselas.
-No,a mí me gusta Rasselas.
-¡Santo Dios, bueno, pues entonces Clarissa!
-Vale, Titus... (pág. 130)
Quizás algunas de las persecuciones grotescas en bici, en camión o en piragua que pueblan la novela puedan recordar a El hombre que fue Jueves. Pero Chesterton, en medio de la broma, era un señor más serio. Salvo quizás alguna conversación al final, toda la novela es un gran cachondeo a costa, entre otros, del género policial, la Universidad de Oxford, las viejecitas inglesas y las novelas de Jane Austen.
Edmundo Crispin: La juguetería errante, trad. José C. Vales, Madrid, Impedimenta, 2011.
jueves, 12 de enero de 2012
Enrique Krauze: Redentores. Ideas y poder en América Latina
.El autor de este libro es quizá
uno de los nombres mayores del ensayo hispanoamericano actual. Historiador de
conocida trayectoria, entre sus muchos libros se encuentran piezas maestras del
género biográfico, como su monumental Biografía
del poder, que recorre la trayectoria de los principales prohombres de
México desde la
Independencia hasta los últimos presidentes del PRI. Una
estructura semejante ha guiado esta última entrega suya, en la que desarrolla
los hechos e ideas de figuras relevantes del pensamiento y la acción política
en Hispanoamérica a lo largo del pasado siglo.
La primera parte del libro esboza
cuatro retratos imprescindibles de intelectuales de principios del siglo XX:
Martí, Rodó, Vasconcelos y Mariátegui. Se trata de cuatro figuras colosales,
cada una a su manera, que representan el papel singular del letrado en la
escena pública hispanoamericana. El análisis que aporta Krauze no es demasiado
original en ninguno de los casos, pero salta a la vista su capacidad narrativa
y su conocimiento profundo de la obra de alguno de ellos, como José
Vasconcelos. Las semblanzas posteriores abren el campo de observación a hombres
y mujeres de acción, frente a los intelectuales, aunque a veces se confundan
los planos, como es el caso del Che Guevara. La lista que promete Krauze es tan
sugerente como variada. Además del mentado icono de la Revolución, están
Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Eva Perón, Mario Vargas Llosa, Hugo
Chávez, Samuel Ramos y el Subcomandante Marcos. Llama la atención la
desigualdad de trato entre uno y otro. No me refiero a la inevitable y
necesaria parcialidad del ensayista. Los personajes más amables desde su óptica
son aquellos que, como Paz o Vargas Llosa, se sienten de vuelta de ideales que
sólo conducen a la violencia y la falta de libertades. El problema reside, más
bien, en la irregularidad de tonos y espacios. Así, a la amplísima y amistosa
biografía de Paz –maestro de Krauze, no lo olvidemos-, le sigue otra demasiado
breve de Evita. Una figura así de incómoda, contradictoria y egolátrica,
merecía mucho más. Lo mismo se puede decir del capítulo de Chávez: más que una
biografía es una diatriba política.
Para Krauze los anhelos redentores
de líderes e intelectuales son, en general, nefastos para las naciones que
pretenden salvar. Su ideario neoliberal, basado en pensadores como Berlin o
Popper, le lleva a desconfiar de las utopías revolucionarias, aunque
lamentablemente su discurso no termina de armarse de forma consistente. Las
biografías, en muchos casos apasionantes, son demasiado dispersas como para
poder seguir un hilo argumentativo común. El epílogo, poco más de diez apretadas
páginas, esboza unas conclusiones que requerirían mayor análisis. Atribuir, por
ejemplo, al catolicismo de la época colonial la raíz de estos redentorismos
intransigentes no deja de ser una lectura simplificadora de Max Weber. También
ha habido salvapatrias en otras culturas con un background muy distinto, incluso en regiones protestantes. El
nazismo hitleriano prendió mejor en la Prusia luterana que en la Baviera o la Austria católicas. El
continuo rebrotar de esa semilla seudomesiánica hubiera requerido de un
análisis más demorado y complejo. Pero, en cualquier caso, he aquí un libro que
presentará a muchos lectores una galería atractiva de un grupo de figuras
esenciales de la historia hispanoamericana del siglo XX.
Enrique Krauze: Redentores. Ideas y poder en América Latina,
Barcelona, Debate, 2011, 582 págs
(publicado en Aceprensa)
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