
Seguramente el gran acierto de la autora está en presentar
un equipo investigador formado por marginales, gentes que viven fuera del
sistema pero que no se identifican necesariamente con el estereotipo de outsider aireado por los medios de
comunicación o ciertos sectores bienpensantes. Es decir, los detectives no son,
por ejemplo, mujeres, inmigrantes, negras y lesbianas, sino tres tipos
estrafalarios cuya única pasión conocida es la lectura e investigación históricas, lo cual les ha llevado, por
distintos caminos, a la ruina económica y la soledad existencial. Los tres
solterones viven juntos en un edificio semiabandonado, pero se han adjudicado
cada uno de ellos un piso de acuerdo con sus preferencias cronológicas: el
sótano es para el apasionado de la arqueología, la planta primera para el
medievalista y el ático para el especialista en la Primera Guerra Mundial. Este
singular grupo de detectives aficionados lo capitanea un policía retirado,
conocido como “el Alemán” y cuya conducta es no menos extravagante.
Con este grupo de personajes es fácil suponer que la novela
abunda en episodios disparatados, algunos francamente divertidos. Pero, además,
la inteligencia de los protagonistas corre pareja con su falta de sentido
práctico y un sentido quijotesco de las cosas que les lleva a iniciar una
investigación que debe de exculpar a un retrasado mental como principal
sospechoso de una serie de asesinatos. Vargas cuenta con agilidad y juega con
el lector a través de varias pistas falsas, dos bazas importantes del género
policial, y todo esto lo adoba con un lenguaje irónico, a veces duro y
desgarrado. El resultado final es una novela convincente y entretenida.
(Fred Vargas: Sin hogar
ni lugar, Madrid, Siruela, 2007).
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