Una comitiva de viajeros se encuentra en las afueras de san Petersburgo con un extraño peregrino. Enseguida traban conversación y el individuo se anima a contarles su vida, tan vasta y extraordinaria que ocupa toda esta novela fascinante y singular. Su autor, Nikolái Leskov, es un clásico escondido de la gran literatura rusa del siglo XIX. Admirado por Thomas Mann, Maximo Gorki o Walter Benjamin, su obra apenas ha sido conocida en España. Y, sin embargo, resiste bien la comparación con la de los grandes: Tolstoy, Dostoievsky, Turgueniev o Chéjov. Más aún, quizá ninguno de ellos ha estado tan cerca del alma rusa como Leskov, quizá porque trató siempre de dar la palabra a los individuos que pudo conocer entre pueblos y estepas, mientras ejerció a lo largo de años su profesión de viajante. El gigantón Iván, El peregrino encantado, es un prototipo del hombre bueno y al mismo tiempo brutal que puebla los libros de Leskov. Por eso esta obra, que rezuma oralidad por todos lados, está compuesta por cientos de anécdotas tan fantásticas –algunas con un aire picaresco-, que resulta imposible que le hayan sucedido a una única persona en su vida. De niño Iván mata a un monje por culpa de una gamberrada, luego salva a otras personas arriesgando su propia vida, escapa de la finca donde trabaja y trabaja de tratante de caballos, lo secuestran los tártaros, vive experiencias asombrosas con ellos durante diez años, regresa a Rusia, se enamora de una gitana, acaba mal de nuevo, se alista en el ejército y se convierte en héroe de guerra, malvive como un mendigo… ¿Es eso todo? No, sólo una parte muy pequeña de todo lo que le ocurre o de lo que llega a ver en el resto de los personajes que trata. En efecto, el protagonista quiere ser una síntesis de esa amalgama de religiosidad, violencia, curiosidad y humor disparatado que conformarían el carácter del hombre ruso. Alguno dirá que es inverosímil encontrar personas como Iván, pero a Leskov la verosimilitud no le importaba, acaso porque sabía que la realidad puede llegar a ser más increíble que la ficción.
Pero no extraña esa falta de verosimilitud. El peregrino encantado tiene algo de la magia de un cuento infantil contado a adultos. Tal vez por esa oralidad que dices que rezuma (y es cierto).
ResponderEliminar