Novela negra ambientada en la Managua post sandinista. Dos inspectores, ex guerrilleros al servicio del departamento de narcóticos, siguen la pista de una mujer desaparecida en extrañas circunstancias. Pronto aparecen indicios de que ha estado mezclada con algunos personajes pertenecientes a un par de cárteles colombianos de la droga. Y poco a poco la policía va encontrando cadáveres relacionados, de una forma u otra, con el misterio. Los protagonistas tienen que lidiar con la ineptitud o la corrupción de sus superiores además de con la escasez tercermundista de los medios materiales de que disponen. A cambio reciben la valiosa ayuda de doña Sofía, otra ex guerrillera metida a limpiadora de oficina y conversa a una secta protestante. Este es quizá el personaje más interesante y divertido de una novela que contiene no pocos episodios cómicos cuando no directamente grotescos. Ramírez revela su buen oficio de narrador, sobre todo en los diálogos a tres voces entre los policías y su ayudante aficionada. En el otro lado de la balanza pesa la dificultad sintáctica de algunos pasajes a las que no les vendría mal, me parece, unos cuantos signos de puntuación. Dicho con otras palabras: la novela resulta algo desaliñada.
Su autor, antiguo dirigente sandinista, manifiesta de muchas maneras su desencanto con un pasado político mediante una intriga policíaca que, al mismo tiempo que entretiene, levanta las miserias de una sociedad brutal, hipócrita y corrupta. Pero no hay que engañarse sobre su presunta originalidad. La atracción por la novela negra es una característica de no pocos escritores europeos que se consideran a sí mismos como legítimos herederos de la “auténtica” izquierda. Basta pensar en Camillieri, Vázquez Montalbán, Juan Madrid y tantos otros. La acción criminal es un pretexto magnífico para bucear en los tugurios de la sociedad, pero también para desvelar, siempre dentro de esta óptica, desequilibrios sociales, corruptelas administrativas o el poder de la banca o de instituciones como la Iglesia. Todo esto dentro de una óptica progresista que exalta el discutible romanticismo de unos policías (no detectives privados, sino funcionarios del estado, todo un detalle) nostálgicos y sentimentales, aunque vayan de duros. Como tales, son poco escrupulosos en su trato con los detenidos o cuando se trata de satisfacer sus apetencias sexuales. Según el relato estas cuestiones son menores, o incluso dignas de cierta simpatía por parte del lector. El héroe ha de ser vulnerable y falible, como lo exigen los cánones de la novela negra actual. Y desde este punto de vista Ramírez lo único que ha hecho es dar su versión local del género.
Sergio Ramírez: El cielo llora por mí, Alfaguara, Madrid, 2009, 322 págs.
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