(Este lector se ha consentido un parón vacacional demasiado largo y ahora vuelve a incluir reseñas... aunque no sean mías, sino de mi hijo Santiago. Y aquí la cuelgo, justamente orgulloso, creo.)
Tierra de fuego, de Adam Zagajewski
Adam Zagajewski es uno de los poetas polacos contemporáneos
más reconocidos internacionalmente, de la conocida generación del 68, en la que
se encuentran grandes voces como Wislawa Szymborska, Czesław Miłosz, Zbigniew
Herbert, Józef Czapski... Nació poco después de la Segunda Guerra Mundial, por
lo que no sufrió los horrores de la guerra. Sin embargo, su familia fue
expulsada de Lvov (actualmente Ucrania) y se trasladó a Gliwice.
En Tierra del fuego se perfilan una gran cantidad de escenarios:
ciudades invernales, bosques, alguna playa, un autobús, un tren, un aeropuerto,
la vista de Delf de Vermeer, las casas de Lvov o de Praga… La mirada del poeta
se detiene en una gran variedad de lugares comunes, descubriendo en ellos
atisbos de belleza, de verdades ocultas por dondequiera que pasa. Se desliza
por todas y cada una de estas situaciones, sorprendiéndose como un viajero. Al
igual que el turista, tiene el anhelo de entender algo en él que no comprende,
pero que, sin embargo, le resulta familiar.
La única manera de saciar ese
anhelo es la poesía, que puede captar esa realidad inaprehensible y misteriosa
de la vida. El valor de la poesía reside en ese gran poder de actualizar una
experiencia y comprenderla, pues como dice el primer poema, Concha:
Un poema es capaz de retener el eco
de la tormenta, como la concha que tocó Orfeo
al escapar. El tiempo arrebata la vida,
y devuelve la memoria, dorada por las llamas
y negra por las ascuas
El poema está por encima de la
vida, del pasado, que rescata dorado por el recuerdo. Como una concha, conserva
el eco de las olas del mar, que resuenan en el momento en el que se lee el
poema, evocando la playa en la que una vez estuvo la concha. Pasado un tiempo,
se comprende finalmente el sentido de aquellas situaciones, que solo pueden
recogerse en una concha, y por tanto, solo pueden ser escuchadas en el mismo
sitio.
La poesía se encuentra en un
término medio entre el pasado y el futuro, pues “Lo que venga será invisible/y ligero./Lo que existe, vacila entre la
ironía/y el temor./Lo que perdure será/azul como el ojo/de una guillotina”.
El resultado, que no deja de pasar por la guillotina, es un azul claro como el
iris. El poeta tiene la certeza de que el futuro
es inaprehensible y el presente se encuentra en un constante forcejeo entre
ironía y temor (pues Zagajewski, aunque más veladamente, también utiliza esa
ironía tan característica de poetas como Szymborska). Por eso, la poesía de
Zagajewski es atemporal, abierta y libre:
Iba por una ciudad medieval,
por la tarde o al alba,
era muy joven o
bastante viejo.
No llevaba ningún reloj
ni calendario, sólo la terca sangre
que medía una eterna lejanía.
Podía volver a empezar
esta propia o impropia vida,
todo parecía sencillo,
las ventanas no cerraban del todo,
los destinos ajenos, entreabiertos.
En primavera o al comienzo del verano,
muros calientes,
un viento suave como la piel de una naranja,
era muy joven o bastante viejo,
podía escoger, podía vivir.
Es por ello que no pasa
desapercibida una esperanza latente expresada por medio de imágenes de una
increíble belleza. En Para M, por
ejemplo:
Un día, el mar, oscuro, amenazaba,
sobre la superficie arrugada del agua
pasaban orquídeas de tormentas.
O en Lo que pasó:
Cuatro toneladas de muerte yacen en la hierba
y duran las lágrimas secas entre las hojas del herbolario.
La belleza contenida en estos
versos produce un deslumbramiento ante una realidad superior. Ante esa belleza,
el poeta quiere ver las claridades, chispas de belleza, a cada momento. Por
eso, la tierra ardiente es uno de los temas fundamentales del libro. En el
poema del mismo título, el poeta invoca a aquel que puede “ver nuestras casas por la noche y las finas paredes de nuestras
conciencias” en una oración profunda:
Innombrable, invisible, silencioso,
libérame de la anestesia
llévame a la Tierra del Fuego,
llévame allí, donde los ríos
fluyen verticalmente, verticalmente fluyen
ríos horizontales.
Probablemente evocando al Infierno de Dante, Zagajewski despierta la atención sobre
el fuego, realidad ambigua, que está presente en todo el poemario, y refleja un
aspecto particular de la existencia humana. Por una parte, el fuego despierta
el alma que lo contempla, hace brillar chispazos poesía. Pero ese mismo
elemento se encuentra prometido con la muerte, las cenizas, las ascuas, la
oscuridad. En esa contradicción, reflejo de la condición humana, ahonda el
poeta para descubrir el camino hacia la luz.