Me la recomendaron mucho y me la leí de un tirón. No quiero decir que sea una gran novela, ni siquiera muy buena. Quiero decir que me lo pasé bien y ya está. La contraportada dice que se trata de un mundo único y lleno de encanto, y no le falta razón. Se puede ser una persona encantadora y original, pero eso no equivale a ser un genio. En realidad uno conoce a mucha gente simpatiquísima con la que puede uno tomarse cinco cafés seguidos, aunque su conversación sea algo limitada. Y esto es lo que le sucede a la novela de Morley.
Algún lugar de Nueva Inglaterra a comienzos del siglo pasado. Roger Mifflin es un librero ambulante que se las ingenia para venderle su carromato lleno de libros a una granjera solterona. La historia la cuenta la misma granjera, robusta y sanota como recién salida de un dibujo de Norman Rockwell. El comienzo es realmente muy divertido, sobre todo por la ingenuidad yanqui de la protagonista y sus aventuras con el librero de la que inevitablemente se va a enamorar. Pero pronto la historia se vuelve previsible, las sucesivas aventuras se someten al mismo esquema y todo se termina resolviendo de la única manera que se le hubiera ocurrido a Frank Capra. En definitiva: un libro amable para quien ya ha visto cine clásico de Hollywood. Lo mejor es el planteamiento y alguna que otra reflexión interesante sobre el arte de la lectura. Como esta, por ejemplo:
Creo que leer un buen libro te hace modesto. Cuando uno logra ver con lucidez el interior de la naturaleza humana, cosa que te proporcionan los grandes libros, uno siente la necesidad de hacerse pequeño. Es como mirar la Osa Mayor en una noche clara o como ver el amanecer en invierno cuando uno va a recoger los huevos por la mañana. Y cualquier cosa que te haga sentirte pequeño es maravillosamente buena.
(Christopher Morley: La librería ambulante, Cáceres, Periférica, 2012).
lunes, 24 de septiembre de 2012
martes, 18 de septiembre de 2012
Fred Vargas: Sin hogar ni lugar

Seguramente el gran acierto de la autora está en presentar
un equipo investigador formado por marginales, gentes que viven fuera del
sistema pero que no se identifican necesariamente con el estereotipo de outsider aireado por los medios de
comunicación o ciertos sectores bienpensantes. Es decir, los detectives no son,
por ejemplo, mujeres, inmigrantes, negras y lesbianas, sino tres tipos
estrafalarios cuya única pasión conocida es la lectura e investigación históricas, lo cual les ha llevado, por
distintos caminos, a la ruina económica y la soledad existencial. Los tres
solterones viven juntos en un edificio semiabandonado, pero se han adjudicado
cada uno de ellos un piso de acuerdo con sus preferencias cronológicas: el
sótano es para el apasionado de la arqueología, la planta primera para el
medievalista y el ático para el especialista en la Primera Guerra Mundial. Este
singular grupo de detectives aficionados lo capitanea un policía retirado,
conocido como “el Alemán” y cuya conducta es no menos extravagante.
Con este grupo de personajes es fácil suponer que la novela
abunda en episodios disparatados, algunos francamente divertidos. Pero, además,
la inteligencia de los protagonistas corre pareja con su falta de sentido
práctico y un sentido quijotesco de las cosas que les lleva a iniciar una
investigación que debe de exculpar a un retrasado mental como principal
sospechoso de una serie de asesinatos. Vargas cuenta con agilidad y juega con
el lector a través de varias pistas falsas, dos bazas importantes del género
policial, y todo esto lo adoba con un lenguaje irónico, a veces duro y
desgarrado. El resultado final es una novela convincente y entretenida.
(Fred Vargas: Sin hogar
ni lugar, Madrid, Siruela, 2007).
jueves, 6 de septiembre de 2012
Sally Salminen: Kathrina
Al leer hoy la
historia de Katrina, publicada en
1936 y ambientada entre 1870 y 1920, podemos caer en la tentación de pensar que
su vida nada tiene que ver con la nuestra o, al menos, con la de quienes
vivimos en el primer mundo. Sin embargo, aún hay, en los países en vías de
desarrollo, millones de mujeres que luchan para sacar delante a sus familias
con la misma escasez de medios e idéntica tenacidad. Por eso, cuando se
recuerda que el exceso de todo lo necesario se vivió también en el mundo
desarrollado, y que muchas familias vuelven a ver de cerca la escasez, empieza
a pensarse que tal vez uno de los mensajes que transmite esta novela finlandesa
sea muy actual. El recio carácter de Katrina tiene todavía mucho que decir. Su
fortaleza ante la adversidad y su falta de autocompasión son un desafío al que
se nos convoca en este remoto relato que transcurre en una isla del sur de
Finlandia hace ya un siglo.
La protagonista
comete un error de juventud: no acepta a ningún pretendiente de su aldea y se
casa con el primer extranjero que aparece por allí bajo la promesa de que, en
su tierra, los manzanos crecen por doquier. Pero cuando se da cuenta de su ligereza,
de que ha vendido su reino por unos manzanos, no mira atrás… Incluso consigue
enamorarse de un esposo fanfarrón y sin fundamento, un hombre de buenos
sentimientos pero que no vale como compañero, ni como padre.
Tal vez la
novela peca a veces de algo esquemática en su desarrollo. Pero contiene, aparte de sus valores
humanos, muchos episodios de una gran fuerza emotiva. La protagonista, por
ejemplo, acaba plantando un manzano por cada uno de sus hijos y por su marido. Esos
manzanos con los que soñaba de joven. Y de pronto intuye cuándo ha muerto uno
de sus hijos porque el manzano que llevaba su nombre es derribado una noche por
una fuerte tormenta. Sin embargo, su vida nunca se rompe. Cuando nos den ganas
de arrugarnos por un quítame allá esas pajas, cuando nos enroquemos por tal o
cual falta de satisfacción personal, quizás la historia de Katrina pueda servir de ayuda.
Sally Salminen: Katrina, trad. de Francisco Torres Ferrer y L. Vegas López, Madrid, Palabra, 2012, 526 págs
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