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En 1929 Zweig imagina una fábula sobre la progresiva destrucción de un mundo, el del humanismo, encarnado en un pobre hombre enamorado de la cultura. La aniquilación de la memoria, del hombre y de sus libros, quizá fue un tema que atrajo al judío Zweig. Y toda la historia parece converger en esta redonda frase final que parece rebelarse contra las enseñanzas del Eclesiastés:
"Los libros sólo se escriben, para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido."
Stefan Zweig: Mendel el de los libros, Barcelona, Acantilado, 2009 (trad. Berta Vias Mahou)