martes, 29 de marzo de 2011

José Emilio Pacheco: Las batallas en el desierto

Brevísima novela ambientada en el México de fines de los años cuarenta del siglo XX, la época desarrollista del presidente Miguel Alemán. Las truculencias revolucionarias son ya parte de un pasado doloroso y reciente. Ahora la sociedad mexicana aspira a encontrar un lugar en el mundo desarrollado, a ser, como diríamos hoy, un país emergente.
Carlos, un niño de doce años procedente de una familia tradicional, hace amigos en el colegio. Pronto toma conciencia de su posición social: él no es como Jim, que tiene juguetes comprados en los Estados Unidos, ni como Roberto, un muchacho aplicado pero de familia muy humilde. El relato va dibujando con enorme poesía y sencillez el mundo según su protagonista, hasta que Carlos es invitado a casa de Jim. Allí se enamora platónicamente de la madre de su amigo. Enseguida se revuelve toda su percepción de las cosas. Desde el principio sabe que no será correspondido y esto le hace sufrir. Para colmo su mal de amor es tan fuerte que no puede vivir sin comunicárselo a su amada. El niño, en definitiva, vive sus nuevos sentimientos con una fatalidad trágica porque tiene la suficiente lucidez para darse cuenta de que la historia no ha de acabar bien. Pacheco sigue los esquemas de cualquier novela de iniciación a la vida. Su protagonista empieza a conocer el mundo y tiene su primera experiencia amorosa. Pero lo hace solo, como una batalla en el desierto. Los mayores no le entienden, movidos por sus prejuicios sociales y religiosos. Sus amigos no pueden hacer nada. Y él mismo se da cuenta de la imposibilidad de su empeño.
Pese al tono amargo con que Pacheco juzga la sociedad de su propia infancia, también es evidente en este relato el inevitable toque nostálgico, signo de la inocencia perdida y anhelada. La novela comienza con una frase tan sobria como significativa: "Me acuerdo, no me acuerdo, ¿qué año era aquel?". A partir de aquí, la historia discurre con fluidez. La escena en la que Carlos se declara a la mamá de Jim es un prodigio de delicadeza y cariño hacia los dos personajes. Sólo por estas páginas vale la pena leer esta novela que supera los márgenes de una trama limitadísima gracias a la hermosa sencillez con que está escrita.

lunes, 28 de marzo de 2011

P.D. James: Todo lo que sé sobre novela negra

Siempre he tenido debilidad por las novelas policíacas de P.D. James. Por eso me atrajo este librito en el que esperaba encontrar lo que me atrajo de esa viejecita de 90 años que escribe sobre crímenes terribles con elegancia, ironía, sensatez y realismo. Todo eso está en el ensayo y, sin embargo, da la impresión de que P.D. James, a pesar de toda su sabiduría de contadora de historias, no sabe tanto. En realidad, se trata de un libro muy british, para bien y para mal. Tiene sugerencias muy interesantes, incluso divertidas, desde el punto del escritor. Pero falla en la información mínima. No soy ningún experto en novela policíaca, pero el problema es fácil de detectar:  para P.D. James el género mal llamado negro se reduce a Gran Bretaña. De hecho, sitúa su comienzo histórico allí y no en la literatura norteamericana con Edgar Allan Poe., como suele hacerse. Sólo graciosamente dedica un capítulo a los primos yanquis del hard-boiled, Hammet y Chandler (y punto: nadie más). A falta de tres páginas del final se acuerda de Simenon al que dedica un apresurado puñado de elogios y se acabó. Entre los novelistas actuales, no le convence Mankell (ahí coincidimos), pero no parece tener noticia de la existencia de Stieg Larsson ni del resto de la moda escandinava. Poco después se asombra de que en la Inglaterra actual empiecen a aparecer traducciones de otros países exóticos en materia policial: Francia, Italia, Rusia, etc. Por supuesto comparto su admiración por los buenos escritores ingleses. Wilkie Collins, por ejemplo. De éste comenta lo siguiente: "Que yo sepa, ningún otro novelista ha intentado copiar -y no digamos imitar- a Wilkie Collins, aunque sería interesante que alguien se atreviera a hacerlo" (138). Cuánto me gustaría mandarle a Mrs. James un ejemplar de la espléndida Rosaura a las diez del argentino Marco Denevi.

sábado, 26 de marzo de 2011

viernes, 25 de marzo de 2011

Ismaïl Kadare: El cerco

Traducida del francés hace años con el título de Los tambores de la lluvia, llega ahora en versión directa del original, esta novela histórica de uno de los eternos candidatos al Nobel de literatura, el albanés Ismaïl Kadare.  Además, el autor, en el momento de su publicación, tuvo que recortar episodios por presiones de la censura comunista. Esta edición rescata las escenas prohibidas y reafirma el mensaje nacionalista del libro. Así, la tierra –símbolo recurrente del libro-, que rodea a los turcos es extranjera y se manifiesta hostil a los invasores imperialistas.
Basada en el asedio de la ciudad albanesa de Kruja en el siglo XV, la novela relata diversos acontecimientos desde dos puntos de vista opuestos: el de los sitiados albaneses y el de los invasores turcos. El mayor espacio dedicado a estos últimos enlaza una vez más a Kadare con una de sus grandes obsesiones literarias: Homero, en especial el autor de la Ilíada, que recuerda un asedio mítico desde la perspectiva de los asaltantes. Ahora bien, en El cerco la suerte de la victoria se invierte, porque los derrotados son los invasores.
Dominada por la fascinación homérica, El cerco contiene escenas de enorme fuerza épica. Así ocurre con aquella escala que es elevada sobre las murallas entre la masa de soldados; por unos segundos queda inmóvil antes de desplomarse sobre los enemigos. Kadare reenvía con continuos gestos a los clásicos. Como si de un drama histórico de Shakespeare se tratara, durante la batalla, los enviados turcos van entrando y saliendo de la tienda del estado mayor para informar de las sucesivas muertes de sus capitanes. Una fuerza trágica semejante emana del episodio en el que los zapadores otomanos mueren asfixiados en la mina, o también de aquel otro en el que los cadáveres se confunden con los heridos en el hospital. Pero toda esta violencia nunca es sórdida ni absurda. La sobria elegancia y el instinto poético de Kadare redimen la crudeza de un libro que se lee como lo que es: una epopeya.

Ismaïl Kadare: El cerco, Madrid, Alianza, 2010. 

miércoles, 23 de marzo de 2011

Antonio Ungar: Tres ataúdes blancos


Galardonada con el último Premio Herralde, Tres ataúdes blancos cuenta la vertiginosa historia de un tipo antisocial, un “friki” aficionado al alcohol y a tocar el contrabajo, cuya vida solitaria se trastoca cuando el candidato a la presidencia de su país muere en un atentado terrorista. El parecido asombroso con el asesinado lleva a sus colaboradores a pedir -a obligar, más bien-. al protagonista a que haga el papel de la víctima. La muerte del candidato será ocultada mientras dure el proceso electoral.
A pesar de que el planteamiento no sea demasiado original, la novela arranca de forma brillante. El autor maneja con soltura registros y escenas. Al principio su relato deslumbra por varios motivos: la ingeniosa combinación de humor y tragedia, la rapidez con que se suceden los hechos o la descripción del ambiente desvencijado que rodea al personaje. Luego la tensión va desmayando y remontando a cada rato. Pasada la mitad, sobran, quizá, páginas que vuelven una y otra vez a los mismos temas. En cambio, quedan algunos cabos sueltos del enredo argumental. Tal vez por eso, de forma consciente, en la conclusión, construida sobre las cartas que la novia del protagonista escribe a su amado desde el exilio, se sugiere que faltan detalles para comprender toda la historia. En cualquier caso, como thriller clásico la novela no está completamente resuelta, aunque tenga momentos muy estimables.
Como era de prever si uno ha visto películas o leído historias similares, el actor va asumiendo la máscara de su personaje hasta que se convierte en un peligro para aquellos que habían puesto en funcionamiento la impostura. El candidato era, al parecer, un hombre íntegro dispuesto a barrer la corrupción que asolaba la república imaginaria en donde se sitúa la acción. Por eso el protagonista irá dejando su egoísmo y abriéndose a una nueva personalidad mucho más atractiva. Otras aventuras suyas siguen el mismo guión previsible:la enfermera que lo cuida se convierte en su amante. El final desencantado ante un sistema al parecer invencible tiene muchos ecos de las clásicas novelas de dictador, empezando por El señor presidente de Miguel Ángel Asturias.
A pesar de que la acción se ubica en un país sudamericano inventado, la república de Miranda, la mayor parte de las referencias apuntan a la Colombia natal de su autor. El barrio de la Esmeralda donde vive el protagonista, por ejemplo, se parece mucho a la Candelaria bogotana, y el ridículo presidente Del Pito recuerda por su apostura física a Álvaro Uribe.  Son claves que están detrás de esta novela que falla como thriller, acaso porque es, sobre todo, una sátira de la política colombiana y, por extensión, latinoamericana. 

Antonio Ungar: Tres ataúdes blancos, Barcelona, Anagrama, 2010,284 págs.

martes, 22 de marzo de 2011

Juan Gabriel Vásquez: El arte de la distorsión



 Hoy me he enterado de que le han dado el premio Alfaguara al escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Hace tiempo escribí una reseña sobre un libro suyo de ensayos que me gustó. la suelto acá por si a alguien le sirve de orientación sobre el flamante galardonado:


El nombre del colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es quizá uno de los más prestigiosos de la narrativa hispanoamericana reciente. Dotado de una sólida formación lectora, rápidamente comprobable en su obra de ficción, ahora saca a la luz una colección de ensayos dispersos sobre autores y obras que han llamado su atención. Vásquez no se aparta del modelo del escritor latinoamericano culto y cosmopolita, traductor y articulista de criterio firme. Es un ensayista analítico y razonador: hace desfilar sus afinidades y fobias literarias mediante una argumentación amena y rotunda. Tiene las buenas cualidades del ensayista clásico: cada artículo revela una voluntad de estilo sin estridencias, pero original y polémico. Así, se permite tutear a un gurú como Nabokov y ataca sus opiniones no menos controvertidas sobre Cervantes. El autor de Lolita había descalificado el Quijote como un libro cruel e indigno de la condición humana. Vásquez discute sus razones con la familiaridad de quien puede  burlarse de un escritor a quien en el fondo se admira: “si Nabokov saliera en este momento de su tumba suiza y viniera hasta aquí para preguntarme por qué pueden parecer graciosas las desgracias que sufren Sancho y don Quijote…”
El tono espontáneo no elimina el rigor. Los ensayos del libro, aunque no sean académicos, están respaldados por un buen caudal de lecturas. Ciertamente no todas las opiniones serán asumibles: uno no comparte, por ejemplo, el entusiasmo por la obra de Ricardo Piglia. Otra de las deudas más fuertes de Vásquez, la de Philip Roth, no me parece tan importante en el contexto de la literatura norteamericana actual. Pero estos juicios son tan personales como los del novelista colombiano.
El escritor crea sus precursores, según la conocida frase borgiana, o, al menos, hoy en día se interesa por indicar quiénes son sus maestros. Juan Gabriel Vásquez no tiene reparo en aclarar sus deudas literarias, y hasta existenciales, con dos narradores, V.S. Naipaul y Joseph Conrad, que escribieron toda su obra lejos de sus países de origen. Así sucede con el novelista colombiano, aunque habría que recordar que su caso no es tan extraño en un contexto como el de Hispanoamérica. Muchos otros han compartido su destino, y no siempre –como vulgarmente se cree-, por razones políticas. Sin ir más lejos, otro de los nombres homenajeados en este volumen, Julio Ramón Ribeyro, también vivió y escribió casi siempre fuera de su Perú natal.
Entre los mejores ensayos contenidos en este volumen, brillante por sus cualidades intrínsecamente literarias, están quizá el que da título al libro, la defensa del cuento como género literario en “Apología de las tortugas” o la reflexión sobre la reseña literaria, en la que destaca el altruísmo (ay) de quienes se dedican a ella, o esta frase que, para mí, es todo una síntesis de lo que debiera ser una recensión: “La mejor crítica de novedades hace sonar la alarma acerca de esos aspectos del libro que son de interés y que el lector corre el riesgo de perderse si alguien no se lo señala de antemano”.

Juan Gabriel Vásquez: El arte de la distorsión, Alfaguara, Madrid, 2009, 227 págs. 

martes, 8 de marzo de 2011

Edmundo Paz Soldán: Río fugitivo


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Río fugitivo es una novela generacional sobre las ilusiones y el desencanto de la generación que vivió su juventud en los años ochenta. Y así, aunque la acción transcurra en la ciudad boliviana de Cochabamba, pueden trasladarse muchos elementos de lo que allí se pinta a otras lugares, salvo si exceptuamos ese universo tercermundista que casi no se nombra en muchos momentos del libro, el de la miseria que rodea a los afortunados. Un grupo de muchachos de clase alta lleva una vida inconsciente y frívola mientras todos asisten regularmente a un colegio religioso, participan en reuniones sociales y viven sus primeros tanteos eróticos y amorosos. Las drogas, el alcohol y el sexo forman parte de ese mundo adolescente, recreado de manera magnífica a través de las alusiones a la cultura cinematográfica (Blade runner, sobre todo) y las canciones de Boy George, Men at Work o Queen. Como se puede suponer, el autor no oculta el carácter autobiográfico de la novela. De hecho, el protagonista y narrador es Roby, un muchacho obsesionado con escribir novelas policíacas. En sus ratos libres gana algunos pesos plagiando argumentos de sus libros favoritos y vendiendo sus cuentos a sus compañeros. Su talento imaginativo le confiere una cierta distancia con respecto a la sociedad que le rodea. Por eso, se inventa una ciudad utópica -“Río fugitivo” es su nombre- en donde transcurren todas sus ficciones. Poco o nada tiene que ver esa ciudad literaria con la Cochabamba real. Sin embargo, cuando la tragedia entre en la vida del protagonista, más o menos a la mitad de la novela, éste va dejando a un lado sus ensueños y empieza a madurar. Ahora tiene que enfrentarse con la cara menos amable de la sociedad en que vive y percibir sus carencias de forma más clara: el racismo, la violencia, el abandono familiar, la hipocresía moral. Además, con una mirada escéptica y dolorosa, el autor va mostrando las distintas reacciones de los personajes ante la muerte: tanto de quienes buscan el consuelo en la fe, como de aquellos otros que se desesperan ante un final que consideran definitivo, como es el caso del protagonista. En medio hacen su aparición algunos personajes secundarios con una fuerte personalidad, como el inspector Daza, brutal y entrañable al mismo tiempo, a mi modo de ver una de las mejores creaciones del libro.
Paz Soldán (Cochabamba, 1967) es uno de los narradores contemporáneos con mayor proyección en el panorama literario de Hispanoamérica. Dotado de un estilo cuidadoso y sugerente, no tiene ningún problema en reconocer sus deudas con la famosa generación del Boom. La filiación de Río fugitivo con La ciudad y los perros o Los cachorros de Vargas Llosa es muy obvia, aunque quizá el universo de Paz Soldán sea un poco menos sórdido o estridente. Las deudas del escritor boliviano con sus padres literarios no oscurecen su personalidad. Esta novela suya, corregida y revisada para su edición española, afirma hoy en día su puesto entre los narradores más interesantes del otro lado hispano del Atlántico. 

Edmundo Paz Soldán: Río fugitivo, Barcelona, Libros del asteroide, 2008, 354 págs